Comenzada «en las calendas de diciembre 1367» e interrumpida por la muerte de su autor, esta Crónica de Donato Velluti (1313- 1370) vio la luz por vez primera en 1731; pero hasta 1914 no fue publicada una edición ajustada al autógrafo, que dirigieron Isidoro Del Lungo y Guglielmo Volpi.
Se trata de una galería de retratos animados en su totalidad por una vida gallarda, signo visible de la sangre generosa. La corporeidad y el vigor de los personajes, hombres y mujeres, campea sobre el fondo de los acontecimientos ciudadanos; cada uno está captado en un aspecto o una característica que le hace inconfundible. He aquí el encuentro con Bonaccorso di Piero, bisabuelo del autor: «… Fue un hombre audaz, fuerte y caritativo, a la vez que muy seguro en el uso de las armas; llevó a cabo grandes proezas y valentías… Sus carnes estaban llenas de cicatrices, tantas heridas había sumido en batallas y riñas. Fue un esforzado luchador contra los herejes patarinos… Era de hermosa talla, y sus miembros fuertes y bien conformados… Vivió ciento veinte años cumplidos (1176-1296); y por llegar a tal edad, oí decir que tenía la carne tan dura que no se podía retorcer.» El retrato de Salvestro di Matteo: «…fue y es grande en su persona, gentil, lozano y de hermosa piel, y además de sangre dulce…». Ginevra di Lambertuccio: «… es de gran corpulencia y muy metida en carries…».
La trama de los acontecimientos políticos que sirve de apoyo a los domésticos, se extiende desde las tentativas para la conquista de Luca (1342) y desde el gobierno del duque de Atenas, a quien apoyó el autor, hasta los últimos meses del pontificado de Urbano V, cuando ya se presentía el crepúsculo de la oligarquía de los Albizzi y de los Ricci. Son muy valiosas las noticias que el autor, que tomó parte activa en la vida pública, proporciona sobre estos años, y sirven como complemento y comprobación de los demás cronistas de aquel tiempo. Mucho mayor es el significado de esta Crónica doméstica, como de la Crónica de Bonaccorso Pitti, que las de Giovanni Morelli, Lapo da Castiglionchio y tantas otras de que Florencia se siente orgullosa; gracias a ellas nos es permitido ver cómo desde el Mugello, el Valdarno superior y el valle de Elsa, igual que en otro tiempo de Semifonte, de Campi y de Figline, descendían regueros de sangre generosa, que venían a alimentar continuamente el corazón de la gran ciudad.
G. Franceschini