Crónica de Pedro I, Fernáo Lopes

[Chrónica do senhor rei dom Pedro I]. Crónica del his­toriador portugués Fernáo Lopes (1380?- 1460?), terminada en 1443. Es una de las crónicas más dramáticas de Lopes y narra los acontecimientos más importantes del rei­nado de Pedro I el Justiciero y la tragedia que ensombreció su juventud. Casado en 1340 con Constanza, hija del infante de Cas­tilla Juan Manuel, el príncipe Pedro se enamoró de doña Inés de Castro, dama cas­tellana que formaba parte del séquito de la princesa, y de su amor nacieron dos hi­jos que a la muerte del heredero legítimo, Fernando I, fueron pretendientes al trono. Para mitigar el escándalo, el rey alejó al príncipe de la Corte, y doña Inés se refugió en un castillo. Pero como los dos amantes continuaban correspondiéndose, los conse­jeros, creyendo peligrosa para la corona la influencia de la extranjera sobre el prín­cipe, persuadieron al rey para suprimir a doña Inés. Cuando Pedro supo la muerte violenta de Inés, con la qué secretamente se había casado, loco de dolor levantó al país contra su padre y pasó a hierro y fue­go las tierras de los consejeros.

Reconciliándose luego con su padre, fingió per­donar a los asesinos de doña Inés, pero ele­vado poco después al trono por la muerte de su padre (1337) se entregó a su vengan­za e hizo ajusticiar en su presencia a los dos consejeros, Alonso Conçalves y Pedro Coelho. Desenterrando luego a doña Inés, la hizo recibir el homenaje de toda la cor­te, y vestida de reina la colocó en un es­pléndido sepulcro de mármol, hecho pre­parar exprofeso para ella y para él. Vuelto luego al gobierno del reino, se hizo sobre todo guardián de la justicia, reprimiendo los abusos de los grandes y sometiendo a su control incluso los decretos de la Igle­sia. El trágico episodio que Camóes cantó en los Lusiadas (v.) e inspiró a otros mu­chos poetas hasta nuestros días (v. Castro), lo narra Fernáo Lopes con un vigor que re­trata al vivo los personajes, y con tal maes­tría en agrupar las circunstancias, que su narración parece un drama vivo y palpi­tante.

C. Capasso