[Widowers’ Houses]. Bernard Shaw (1856-1950) hizo representar y publicó esta primera comedia en tres actos, en 1892. No se encuentran originales de la primea edición; se tiene, en cambio, la reedición en las Comedias desagradables [Plays Unpleasant]. Un joven doctor inglés, Trench, en un viaje de placer por Renania, conoce a una señorita compatriota suya, Blanca, se enamora de ella y la pide por esposa al padre de ella. Éste, Sartorius, es un viudo de humilde origen, pero bastante rico; sin embargo, su caudal proviene de un odioso aprovechamiento de «slums», lúgubres tugurios que alquila a alto precio, sin proveer a las necesarias reparaciones ni preocuparse de normas higiénicas. Por un empleado suyo, despedido por ser demasiado humano con los desgraciados inquilinos, Trench se entera de la fuente impura de la riqueza de su futuro suegro. Quisiera entonces que Blanca se casase con él sin llevar dote y sin pedir nada a su padre, cosa que a la muchacha no le hace ninguna gracia. El noviazgo queda roto, no sin que antes Sartorius demuestre a Trench que sus nobles parientes consiguen sus riquezas de las mismas fuentes de que él saca las suyas. Sartorius, en efecto, es deudor hipotecario de éstos, y parte de sus ganancias sirven para pagarles elevados intereses. Algún tiempo más tarde aparece de nuevo Lickcheese, el empleado a quien Sartorius había despedido y que ha encontrado manera de hacer fortuna siguiendo las normas de su antiguo patrón.
Demuestra a Sartorius la conveniencia de mejorar las condiciones de sus casas en vista de una probable expropiación, de la que sacará doble indemnización. Y Sartorius comprende que el negocio es óptimo. Sólo falta la aprobación del acreedor: Trench volverá a aceptar el compromiso y se casará con Blanca, ambos dominados y envueltos sin esperanza por las fuerzas sociales demasiado poderosas. Con Casas de viudos, «exposición grotescamente realista del aprovechamiento de los barrios pobres, de las triquiñuelas municipales y de las relaciones patrimoniales entre todo ello y el refinamiento de los estratos superiores de la sociedad que consideran no estar contaminados por acciones tan sórdidas» — como la definió él mismo —, Shaw llevaba por primera vez a su teatro el fruto de sus precedentes observaciones y meditaciones sobre los problemas sociales. Pero pronto afirmaba, netamente, su posición artística, que le coloca fuera de toda ideología y de toda rigidez programática. Ya que en esta comedia social el hombre parcial ha desaparecido: le superan, por un lado, el humorista con su amor hacia la paradoja, hacia la frase brillante aunque quede aislada, y por el otro el hombre que sigue, bonachón, las aventuras de una humanidad media y mediocre donde el eterno protagonista es el «pobre diablo». En el prefacio a las «Comedias desagradables», Shaw afirmaba que el personaje principal de esta comedia era el desconocido clérigo que se oponía a la especulación de Sartorius y que ni siquiera aparece en escena: el grito de protesta anónimo. Pero en realidad su protesta falta: Sartorius es un buen padre, Blanca y Trench dos buenos muchachos superficialmente generosos. La ironía se dirige, no contra esta o aquella clase social, sino contra toda la sociedad, contra el hombre «civil» que a Shaw parecerá cada vez más contradictorio, absurdo e ignorante, y a pesar de todo fundamentalmente bueno. [Trad. de Julio Broutá (Madrid, s. a.).]
E. Di Garlo Seregni
Si mi comedia Casas de viudos, no es mejor que las de Shakespeare, que la tiren al fuego y que no se hable más de ella. (G. B. Shaw)
En las Casas de viudos Shaw casi (pero no del todo) logró extraer una farsa de la estadística. (Chesterton)