Obra del escritor español José Cadalso (1741-1782), escrita hacia 1768-1774 imitando, en cuanto a la trama, las Cartas Persas (v.) de Montesquieu. Se trata de noventa cartas que se suponen escritas por el marroquí Gazel Ben-Alí, llegado a Madrid con el séquito del embajador de Marruecos, y un viejo amigo suyo y maestro, Ben-Beley, que ha permanecido en su patria. Por medio de Ñuño Núñez, un español hondamente enamorado de su patria, pero libre de prejuicios nacionales, Gazel penetra en los salones y en los círculos literarios de la capital y conoce la historia de España y sus condiciones presentes en todos los campos: económico, científico, industrial, agrícola, moral, literario y militar. Ñuño documenta e ilustra al amigo, que se convierte en un propagandista inteligente, sobre la índole, el carácter, las tendencias y las costumbres de sus compatriotas, aconsejándole, sin embargo, que no juzgue por las apariencias y por las ideas corrientes de cuño francés. Siguen después una serie de cartas de carácter moral entre Ñuño y Ben-Beley, y otras informativas entre Ñuño y Gazel, en sus desplazamientos por España. Pero Ñuño, Gazel y su venerado maestro no son más que las facetas de un mismo prisma: son los disfraces que una y otra vez asume la crítica de Cadalso ante el problema de la decadencia española, visto y analizado con sereno enjuiciamiento, con un vivo sentido de la tradición histórica nacional y con la mirada atenta a todo lo que entonces se hacía allende los Pirineos.
No todo lo que es español, ni todo lo que es extranjero, tiene que ser necesariamente bueno: posición espiritual de Cadalso (Carta XXIX) que nos recuerda la del padre Feijoo, del padre Isla y de Leandro Fernández de Moratín. Él desea un patriotismo «bien entendido», reforzado por un gran conocimiento del pasado (Cartas XVI, XXI, XLIV, etc.); y sobre este fundamento Cadalso examina el estado actual de su nación (Cartas II, III, V, etc.), describe el carácter español en sus variantes regionales (Cartas XXI, XXVI), contesta a los que denigran a los «conquistadores» con un panegírico de Hernán Cortés (Carta IX); critica a la nobleza de su tiempo por su exagerado orgullo (Cartas II, IV, XIII, etc.); se opone a las desigualdades sociales (Carta VII); lamenta la falta de cultura científica, puesto que a la ciencia se dedican los voluntarios del hambre, que viven en la oscuridad, mientras que el aristotelismo escolástico triunfa por doquier (Cartas VI, XXI, XXIII, etcétera); descubre las causas de la decadencia artística española en la repugnancia de los hijos en seguir la carrera del padre y en la falta de corporaciones de artesanos (Carta XXIV). Espíritu claro y concreto, generoso y abierto, Cadalso combate contra cualquier forma de abstracción. Se opone al filosofismo racionalista francés (Carta LXXVII), con acentos que preludian la polémica de Forner y espolea a sus compatriotas al estudio de las ciencias positivas, para que también España participe en el progreso de la civilización humana (Carta LXXVII): «Trabajemos nosotros en las ciencias positivas para que no nos llamen bárbaros los extranjeros
M. Casella
Es Cadalso uno de los más simpáticos ingenios del siglo XVIII; resúmese en su obra — acaso mejor que en otra alguna — todo el espíritu de aquella centuria. (Azorín)