[Lettres de mon moulin]. Este áureo y gracioso librito de Alphonse Daudet (1840-1897), publicado en 1869, fue su primer gran éxito, y forma con Safo (v.) y Tartarín (v.) el trío de sus obras más afortunadas. Es una serie de veinticinco «piezas», relatos, fantasías, digresiones y recuerdos personales, que tienen todos, como centro ideal, la Provenza. El autor mismo (que habla siempre en primera persona) refiere en efecto que, para pasar sus vacaciones, se le ocurrió alquilar un viejo molino, «de viento y de harina, situado en el valle del Ródano, en el corazón de la Provenza… abandonado desde hace más de veinte años, como puede verse por la viña silvestre, el musgo, el romero y otras plantas parásitas que se empinan por él hasta lo más alto de las aspas». Desde este pintoresco refugio imagina que escribe regularmente a sus lectores y amigos parisinos, teniéndoles al corriente de los menudos acontecimientos de la vida del país, de sus pensamientos y sus fantasías, y refiriéndoles los más bellos relatos que tiene ocasión de escuchar. En efecto, sus «fragmentos» toman casi siempre pie de la descripción de algún lugar, y algunos se inspiran en la renaciente literatura provenzal de los «felibres».
Así, estas Cartas, como los Cuentos del lunes (v.), derivan directamente de los Cuentos provenzales (v.) de Roumanille, y resulta muy justo que uno de los más afectuosos escritos esté dedicado a referir una visita al gran Mistral. Por el vivo sentido de la atmósfera, por la poética ligereza del estilo y el profundo sentimiento de una vida de una sencillez fabulosa, algunos de estos relatos son considerados como entre los más bellos de toda la literatura francesa («La cabra del Sr. Seguin, Las estrellas, La arlesiana, La muía del Papa, El cura de Cucugnan, Los dos mesones, En la Camarga») y se ha querido ver en ellos nada menos que «una especie de aticismo provenzal». En realidad Daudet aparece como un feliz continuador de la tradición narrativa de intenciones y gusto populares, y por esto el escritor, enamorado de sus personajes, se convierte en un delicadísimo pintor de su ambiente y toma viva parte en sus sencillas pasiones. Se ha observado que aquel perpetuo calor de simpatía, que informa un estilo perfumado de sentimiento, revela aquí y allá su intención y una sombra de artificio. Pero ello no perjudica al real encanto de muchas de las páginas de esta obra. [Traducción de E. M. del Palacio, Madrid, 1931)].
M. Bonfantini
Daudet capta instantáneas que luego colorea en tonos vivos, móviles y precisos. Pero nada del gran arte de amplios vuelos. (Maurras)