Cartas de Turquía, Kelemen Mikes

[Tórókországilevelek]. Fueron publicadas en 1794 después de la muerte de su autor, el húngaro Kelemen Mikes (1690-1762). Paje del príncipe Francisco II de Rákóczi, Mikes, durante la emigración, acompañó a su señor a Francia y luego a Turquía. Después de la muerte del príncipe, no habiendo obtenido permiso para regresar a su patria, se quedó con otros desterrados en Rodosto. Tradujo varias obras francesas religiosas y morales; su única obra original, las Cartas, compuestas desde 1717 a 1758, son en conjunto 207. No se conoce bien cómo llegaron después de su muerte a Hungría. Fue grave daño que fueran des­conocidas en su tiempo, porque Mikes es el mejor prosista de aquel período y su estilo hubiera podido tal vez dar otra dirección a la evolución de la prosa húngara. Las Car­tas aparecen dirigidas a una tía del autor, la condesa E. P.; pero se ha demostrado que esta tía no existió, y que las cartas no fueron jamás expedidas. Con todo, la obra no puede considerarse como un diario, por­que los errores de fecha, los anacronismos, etcétera, demuestran que fueron escritas mucho tiempo después de los acontecimien­tos en ellas mencionados. Se trata, pues, de una obra puramente literaria, inspirada por las gacetas y los epistolarios franceses del siglo XVII y XVIII. Además de los aconteci­mientos de la vida de los emigrados y las descripciones del ambiente turco, Mikes re­fiere a su ficticia tía lo que le ha interesado en sus lecturas: historias, anécdotas, datos geográficos y etnográficos, etc., pero sus par­tes más interesantes son, naturalmente, aque­llas en que nos pinta la vida de Rodosto, la jornada del viejo príncipe y sus propios sentimientos. El autor conserva, a pesar de todas las vicisitudes de su destino, su buen humor y su resignación religiosa, velados por una gran nostalgia de su aldea nativa, que ya no había de volver a ver; el gobier­no de María Teresa no le perdonó jamás su devoción a la persona de Rácóczi. La espon­taneidad, la sinceridad, el lenguaje sencillo de verdadero transilvano, dan a su estilo una belleza viva todavía. Lo que Petófi debía hacer cien años más tarde, en la poe­sía, lo hizo él en la prosa, pero con la di­ferencia de que Mikes, por haber perma­necido ignorado en su tiempo, no pudo ejer­cer ninguna influencia.

M. Benedek