Cartas de Mazzei

Documento de la vida municipal toscana son las Cartas de ser Lapo Mazzei (1350-1412), no publicadas hasta el año 1880, como «Cartas de un notario a un mercader del siglo XIV», o sea, dejando aparte a todos los demás corresponsales, a su famoso coterráneo Francesco di Marco Datini. Administrador integérrimo del hos­pital de Prato, el excelente Mazzei estaba totalmente imbuido del ideal de ayudar cristianamente a los humildes y enfermos: con acentos de rara gentileza deja oír su palabra de consuelo para todas las des­venturas. Incluso cuando se le mueren dos hijos en los brazos, siente que así lo quiere Dios y se inclina dolorido ante la voluntad de un Ser superior. En la tierra debemos hacer el bien, y ello será una mínima prue­ba de que hemos seguido los mandamientos de Cristo. Claro está que la vida del siglo está llena de dificultades y no puede decirse que los religiosos y el papado sean los me­jores maestros de virtud. Pero aun así, como devotos seglares del Evangelio, los fieles ciudadanos tienen la obligación moral de luchar por el triunfo de la justicia y por la afirmación de una caridad siempre prove­chosa. Capaz de apreciar los sufrimientos humanos y de hacer cuanto esté en su mano por aliviarlos, Mazzei invita al opulento Datini a hacer algo por los pobres, sobre todo a dar lo que a él le sobra para mitigar las ansias y tormentos de los oprimidos por la fortuna. ¡Puede hacerse tanto por las criaturas que sufren! A esta obra de apóstol sincero y desinteresado correspondió Datini dejando sus bienes a una piadosa institu­ción que todavía hoy persiste: el «Ceppo dei poveri», de Prato. De los documentos y de las carpetas del archivo de esta her­mandad fueron exhumadas las importantes Cartas de Mazzei por un pratense aman­te de los recuerdos patrios, Cesare Guasti.

Es de observar que a propósito de esta pu­blicación el atento y polémico Olindo Guerrini hizo notar el aspecto independiente y sagaz de «un antiguo notario, el cual no quería injerencias eclesiásticas en su obra benéfica de laico, ni tampoco en la insti­tución del «Ceppo». C. Cordié