[Lettre sur Rome]. Carta de François-René de Chateaubriand (1768-1848), dirigida a Fontanes, desde Roma, el 1.° de enero de 1804, en que se describe la visita del autor a las ruinas de la urbe. De regreso de Nápoles, admira la desolada soledad del Agro Romano; las ruinas de la antigua ciudad le atraen por su hechizo y, al mismo tiempo, le hacen meditar sobre la suerte del poderío humano. El silencio de Roma al ponerse el sol, la grandiosidad de sus monumentos, sus habitantes, todo contribuye a despertar su interés. Entre el recuerdo del pasado y la vida del presente el escritor queda impresionado por la caducidad de la gloria: con todo, su espíritu se extasía, a pesar de los vivos contrastes, ante el espectáculo de una civilización milenaria. Las páginas acerca del Coliseo son de las más significativas: Imperio y Cristianismo han marcado con sus huellas la Ciudad Eterna. En Tívoli, la belleza de las «villas» del siglo XVI (con el recuerdo de los Este, de Ariosto y de Tasso) le sugiere nuevas descripciones. El escritor, que refiere su descenso al cráter del Vesubio, se complace también en mencionar sus viajes por los desiertos americanos, hasta el Niágara, y manifiesta su admiración por la civilización romana, a pesar de que siente que debería detestarla por lo que representa a sus ojos de romántico. Esta Carta sancionó literariamente entre los contemporáneos la pasión por las ruinas, por un sutil y nostálgico fantasear acerca de los contrastes de los siglos y el eterno dolor de los hombres. Son famosos algunos detalles de estas impresiones: el paisaje idílico del Agro, las nubes errantes por el cielo azul, el ganado desparramado por el campo; cabras retozonas y bueyes de ancha cornamenta. La visión del Tíber, siempre fangoso bajo el cielo purísimo, cierra esta obra, dando al conjunto el carácter de una fatal grandeza histórica que suscita la admiración y el estupor de los peregrinos de todos los pueblos.
C. Cordié