La primera colección [Chants populaires de la Gréce moderne], publicada en pleno Romanticismo (París, 1824-1825) por el francés Charles Fauriel, mientras los griegos luchaban por su libertad nacional, fue una revelación. A una mayor selección dio forma italiana, incomparable en su clásica potencia, Niccoló Tommaseo, quien dedicó a Grecia el cuarto volumen de sus Cantos populares toscanos, etc. (v.). También los estudiosos de la antigüedad clásica acabaron dirigiendo su atención a estos cantos en los que se documentaba tangiblemente la supervivencia de un pueblo y de un idioma. En Leipzig, en 1860, el filólogo clásico Arnaldo Passow publicaba su colección Popularla carmina Graeciae recentioris que abraza 646 textos, sin tener en cuenta los dísticos, que pasan de mil. A veinte mil ascienden los textos recogidos por el laógrafo griego Politis, incluyendo desde luego las distintas redacciones de un mismo canto. Este material, aunque representa la continuación de una análoga literatura popular de la edad bizantina, de la que se guardan monumentos y documentos (v. por ejemplo, Alfabeto del amor) no va más allá, en su conjunto, de la época de la dominación turca. Entre los más antiguos hay algún canto en que se conserva un eco de la caída de Constantinopla (1453) que puso fin al imperio bizantino.
Un grupo aparte lo constituyen los cantos cléfticos, en los que se reflejan la vida libre y el ardor guerrero de los cleftas (propiamente «bandidos») o patriotas griegos refugiados en los montes, en estado de permanente rebelión contra los turcos invasores. Junto a las composiciones en las que la emocionada fantasía popular transmite el recuerdo de las vicisitudes históricas, resuenan las voces eternas del alma humana y de toda poesía popular, vinculadas a las contingencias inmutables de la vida de todos los días, cantos de amor, cantos de muerte («miroloia», es decir lamentos por la muerte de personas queridas), cantos de destierro, canciones de bodas, canciones por las fiestas o por las estaciones, canciones de cuna. La poesía de los afectos domésticos está vivamente expresada. Entre los cantos más bellos están los llamados «paraloés», especie de baladas románticas que glosan motivos de cuentos de hadas o trágicas leyendas, a menudo difundidas por toda la región balcánica. Entre las más famosas recordamos: el «Puente de Arta», sobre el motivo de la criatura humana emparedada viva entre los cimientos de un edificio en construcción, y la balada llamada del «Hermano muerto», con la poderosa representación de la cabalgata fúnebre, en la que el hermano muerto devuelve a la madre la hermana que se había casado en un lejano pueblo. Característicos de los cantos neogriegos, más a menudo líricos que narrativos, son el alto nivel poético, la fuerza plástica y la modestia de la expresión, acompañada por una rara virtud de concentración poética.
B. Lavagnini