Bajo este título está recopilada la producción poética de Netzahualcóyotl, singular monarca de Acolhuacán (Tezcoco), en el México precolombino, cuya vida aventurera fue comparada a la de David, su prudencia a la de Licurgo y de Hárün al Rashid, su sabiduría a la de Marco Aurelio, muerto a los setenta años de edad, en 1478, después de 43 de reinado. Su obra, en gran parte perdida y en parte indudablemente apócrifa, fue publicada por Granados y Gálvez en México en 1778 y reproducida luego por los más notables mexicanistas, como Ternaux-Compans, Brasseur de Bourbourg, Seler y por los italianos Ferdinando Borsari (1883), Vincenzo Grossi (1890) y Callegari (1906-8). Cantó en «otomí» — antigua lengua, monosilábica de tipo asiático oriental — himnos a la existencia de un solo Dios creador, recordando que todo sobre la tierra tiene un término; que en mitad del más agradable curso de la vida, gloria y belleza se detienen y caen precipitándose en la fosa. Como verdadero estoico, señala la caducidad de la vida humana y el triunfo de la muerte; todo triunfo humano, dice, «pasa como el soplo del humo del Popocatépetl y sólo queda la piel grosera sobre la cual está escrita su historia». «Pero debemos aspirar al cielo, ya que todo allí es eterno, nada se corrompe y el horror de la tumba es la cuna brillante del sol y las sombras fúnebres son las luces fulgurantes de los astros». Es una poesía filosófico religiosa en la cual, si bien no es fácil distinguir las partes apócrifas y los motivos propios de la tradición europea que, con ellas, se han insertado, es posible de todos modos advertir una inspiración elevada y conmovida y una peculiar cordura íntimamente adquirida.
G. V. Callegari