Un óstrakon del Museo del Cairo, algunas columnas de texto en los papiros Harris N. 500, Chester Beatty N. 1 y un papiro del Museo de Antigüedades de Turín nos documentan, empezando por la din. XIX (desde la segunda mitad del siglo XIV a. de C.) de la existencia de Cantos de amor a los que se añadía el acompañamiento musical, melodía hoy perdida. Con sano equilibrio sentimental y cristalina pulcritud de estilo, en el que cada minucioso y alegre detalle tiene su importancia, se desarrolla la composición amorosa, sostenida con mano maestra en la dúctil y rica lengua del tiempo, el neoegipcio. Algunos cantos (óstrakon Cairo, pap. Harrís) reproducen las palabras alternadas del joven y de la muchacha: en otros canta sólo la muchacha. Estos últimos se distinguen por la riqueza de notas sentimentales, por las tenues e ingenuas imágenes, avivadas por toques de graciosa malicia. Algunos versos que nos representan a la muchacha dominada por el amor, hasta el punto de no tener fuerza de adornarse ni de hacer nada durante el día, recuerdan los famosos, y bastante posteriores, de Safo; en otros (pap. Harris y, sobre todo, pap. Mus. Turín) la muchacha, completamente sumida en la sensación del momento, transmite su fantasía al bello y complaciente escenario de árboles y flores que, a su vez, participan del estado de ánimo de la enamorada. La fusión de la naturaleza y del sentimiento humano revela sensibilidad que podríamos llamar moderna; los suspiros de amor y de deseo, proyectados sobre este fondo, adquieren tonos de delicadeza prodigiosa; de ahí la seductora conjetura de reconocer en los cantos atribuidos a la muchacha los más antiguos y notables ensayos de poesía lírica femenina.
E. Scamuzzi