Canciones de Strauss

Los «lieder» de Richard Strauss (1864-1949) están lejos de constituir el capítulo más importante de su producción. Al autor de Así habla­ba Zarathustra (V.) y del Caballero de la rosa le venía un poco estrecho el marco ín­timo del «lied» no encontrando en él sufi­ciente holgura para infundir a las produc­ciones de este tipo la grandeza y belleza suntuosa de sus obras sinfónicas y dramá­ticas. Desde los puntos de vista histórico y estético, el conjunto de «Lieder» de Richard Strauss es característico del arte postro­mántico. Un poco más de 150 viene a ser el número de «lieder» que el músico com­puso entre 1882 y la fecha de su muerte. Los textos los tomó de una veintena de di­ferentes poetas, entre ellos Miguel Ángel, Klopstock, Goethe, Lilíencron, Morgenstern, Dehmel y Eichendorff. Estos textos aparecen tratados, unas veces, con acom­pañamiento de piano y, otras, de orquesta. Los temas son, poco más o menos, los que ya habían solicitado la imaginación de los grandes románticos: Richard Strauss ha can­tado los mismos amores, idénticas alegrías y tristezas y la misma naturaleza que sus antecesores. De todas formas, aunque sus «lieder» no aporten grandes novedades, no por eso deben despreciarse. Al contrario, en su mayoría constituyen piezas de extra­ordinaria belleza expresiva y de un lirismo desbordante nada forzado.

Desde el punto de vista de su factura técnica, pueden hacerse tres observaciones. En primer lugar, se nota en ellos un sentido muy agudo de la prosodia y, en esta dirección, incluso po­dría hablarse de innovación: en efecto, ni en los románticos suele encontrarse esta preocupación prosódica de Strauss, que, no contento con tener en cuenta la métrica y los acentos tónicos en sus relaciones con los tiempos débiles y fuertes, busca la armonía que conviene a la palabra, a la sílaba. Aquí, como ya es habitual en Strauss, el conte­nido rebasa el continente. Por otra parte, la ciencia prosódica viene a ser en gran parte una conquista de la moderna melodía, y Strauss con Debussy, Fauré y Ravel han sido en este punto los principales artesa­nos. En segundo lugar, conviene destacar lo que casi podríamos llamar 1a. «masa orquestal» de esos acompañamientos frecuente­mente muy cargados y de una ejecución a veces dificilísima, pero que siempre se man­tienen en perfecto equilibrio con la voz sin entorpecerla en absoluto. Por último, y como consecuencia de lo anterior, en el «lied» Strauss tiende a menudo a hacer res­plandecer el marco de esta forma vocal, o sea lo que uno de sus mejores comentado­res, Gysi, expresa al decir justamente que, en manos de Strauss, el «lied» se convier­te en «oda, drama, tragedia, ditirambo». Así, ocurre especialmente en sus Vier letzte Lieder para soprano y orquesta, la última obra que compuso antes de morir y una de las más bellas de este género que nos ha dejado. El cuarto «lied» o canción, «Im Abendrot», sobré un poema de Eichendorff que trata del apacible y gran tema de la «ión» (v. Muerte y Transfigu­ración) viene a representar el auténtico adiós de Strauss a la vida.