[Canzoni a bailo]. Baladas a Angelo Poliziano (1454-1494). Las seguramente auténticas son casi unas treinta: destácase entre todas la llamada balada de las rosas («I’ mi trovai, fanciulle, un bel mattino / Di mezzo maggio in un verde giardino»), el canto de una muchacha que en una mañana de primavera queda arrobada a la vista de las flores que la rodean y la atraen, y siente cómo las más bellas y graciosas, las rosas, le invitan a gozar de la belleza, tan preciosa y fugaz; una de las más hermosas páginas de Poliziano, en la que imágenes y ritmo íntimamente compenetrados rivalizan en crear una atmósfera de encanto, como en los pasajes más alados de las Estancias (v.) y con una vibración musical que aquellas no tienen. Ninguna otra balada alcanza tal altura lírica, ni tampoco que repita su esquema y sus cadencias («I’ mi trovai un di tutto soletto / In un bel prato, per pigliar diletto») y que pretenda darnos el sentido de una contemplación extática, con imágenes que recuerdan hasta cierto punto la fábula («Vidi che il capo e l’ale d’oro avea: / Ogni altra penna di rubin parea, / Ma ’l becco di cristallo e ’l eolio ’l petto»), mas decae por la insistencia acerca del símbolo que aquel fantástico pájaro debería ilustrar; ni la alcanza tampoco la famosísima de la llegada del mes de mayo («Ben venga maggio / E ’l gonfalo «selvaggio») que traduce bellamente, con su gracia y movimiento, el regocijo de una canción de mayo florentina, idealizándola con una imaginación entre clásica y stilnovista, pero nada sabe de la total entrega al canto, del éxtasis transfigurador del mundo real, que hacen de la balada de las rosas una obra maestra. En la canción de danza «Ben venga maggio» se advierte claramente al literato finísimo, acaso más que al poeta; pero más netamente literarias son las otras baladas, en las que Poliziano vuelve a las cadencias y temas de la poesía popular, como también de la poesía docta, y los vuelve a modular más bien por complacencia de artífice que por el impulso de una inspiración original. Los temas más frecuentes suelen ser las cuitas de amor.
El poeta canta su júbilo por la pasión que le embarga («Benedetto sie ’l giorno e l’ora e ’l punto / Che dal tuo dolce amor, dama fui punto»), o celebra la belleza de su dama («Chi non sa com’e fatto el paradiso / Guardi Ippolita mia negli occhi fiso»), llora por una partida forzosa («Dolorosa e meschinella / Sentó via fuggir la vita»), o canta la alegría que le ha compensado del dolor pasado («I’ ti ringrazio amore / D’ogni pena e tormento / E son contento omai d’ogni dolore»), se lamenta con los otros amantes de la dureza de su dama («Deh udite un poco, amanti, / S’i’ son bene sventurato… Una donna el cor m’á tolto / Or no’l vuol e non me’l rende»), y responde por boca de él con promesas y exhortaciones a la paciencia («lo conosco il gran disio / Che ti strugge, amante, il core»). En estas baladas se pasa del idealismo de procedencia stilnovista («Lo non mi vo’ scusar s’í’ seguo Amore / Che gli é usanza d’ogni gentil core») a la intención maliciosa y atrevida; toques Idealistas y toques maliciosos son todos avivados por la misma gracia, que es la verdadera musa de Poliziano y que se hace sentir hasta en esta su poesía menos profunda y original: baste recordar la graciosísima canción de danza «Denne di nuevo il mió cor s’é smarrito / E non posso pensar do ve sie ito», invitación festiva que el poeta dirige a las mujeres para que le devuelvan el corazón. Y esta gracia no se echa de menos en las poesías en que el poeta ya no entrecruza, como en las anteriores, elementos populares y elementos eruditos, sino que recoge imágenes, giros, proverbios típicamente populares y, a veces, plebeyos y de jerga, deseoso de infundir en su poesía algo de la vivacidad del lenguaje popular y dispuesto incluso a hacer suyos juegos de palabras carentes de sentido; ni siquiera el doble sentido, que el poeta no rehúye, consigue rebajar del todo estas composiciones, las cuales, sin embargo, simples ejercicios literarios, no llegan a ser criaturas artísticas perfectas.
Esta experiencia no fue del todo inútil a Poliziano, quien no sólo ha sabido trazar en estas baladas algunas graciosas caricaturas (véase la que es una especie de «arte amatoria» para el público femenino), sino que ha llegado por este camino a componer dos piezas originales y vivas, la balada del cerdito («Donno míe, voi non sapete / Ch’io ho el mal ch’avea quel prete») y más aún aquella otra («E’ m’interviene e parmi molto grave/ Come alia moglie di Pappa-le-fave») que es también una pequeña fábula, o más bien, dos pequeñas fábulas narradas por el poeta para ilustrar sus desventuras amorosas, con un arte de narrar, con una sabia modulación de ritmos y de rimas, que iluminan el tema popular con la luz de un arte diestro y reflexivo: «E come quella chioccioletta fo / Che volé va salir e ad una trave. / Tre anni e piü penó la poveretta / Perché la cosa riuscissi netta /: Quando fu presso cadde per la fretta». Han desaparecido las frases de la jerga, los chistes idiomáticos, los equívocos de las otras baladas, y se hace sentir la medida propia del arte de Poliziano, que parecía haberla perdido por una excesiva búsqueda del efecto (por ejemplo, la balada «Una vecchia mi vagheggia / Vizza e sscca sino all’osso», que, sin embargo, tiene su mérito); incluso de estos temas más ligeros el poeta de las Estancias (v.) y de Orfeo (v.) ha sabido extraer destellos de poesía.
M. Fubini