Escritas entre 1180 y 1200. Entre los grandes trovadores provenzales, Arnaut Daniel es el que más intensamente cree en la potencia lírica de la palabra. Se le ha llamado certeramente «místico de la rima», «devoto del estilo» a este exasperado y apasionado buscador de la «forma» no en sí y para sí, sino como instrumento expresivo de su mundo, que sabe sólo puede conseguir a través de un esfuerzo tenaz e impetuoso. Se han conservado dieciocho de sus canciones, que al lector menos atento no le parecen apartadas de la manera y de los temas acostumbrados de la tradición trovadoresca. Sin embargo, Dante en su Vulgar elocuencia (v.), cita a Arnaut Daniel como «ejemplo» de los poetas de amor, y en el canto XXVI del «Purgatorio» proclama que fue el más grande de cuantos, en verso y en prosa, escribieron en vulgar («versei d’amore e prose di romanzi / soverchió tutti»); y califica de necios a cuantos le antepongan Giraut de Bornelh (versos 117-120). Entre estos necios estuvo, en cierta manera, el mismo Dante que, en un determinado momento de su carrera literaria, sintió la fascinación de Giraut «poeta de la rectitud» y aun lo había imitado, reconociéndole, ciertamente, como el más grande de los trovadores (v. Canciones de Giraut de Bornelh).
Pero, en otro momento, la potencia de Arnaut Daniel artista, buscador de palabras y de metros, le aparece incomparable e insuperable, y en el citado pasaje del «Purgatorio» le proclama, con términos que traducen plenamente el carácter del arte arnaldiano, «mejor forjador del habla materna» («miglior fabbro del parlare materno»). La sugestión ejercida sobre Dante por la poesía de Arnaut Daniel se reconoce no sólo en los juicios del De Vulgari eloquentia y del «Purgatorio», sino, todavía mejor, en el hecho de que Dante intentó seguir las difíciles vías señaladas por él. Las Rimas pétreas (v.) representan el fruto de las nuevas experiencias artísticas a las que Dante fue llevado por Arnaut Daniel. De éste aprendió a hablar un lenguaje áspero y potentemente realista, ardiente, crudo y violento y duro; una lengua «pedregosa», no ya «dulce» y «ágil», de la que se valdrá el poeta con frecuencia, incluso en la Divina Comedia. A través de estas indicaciones sobre la parte derivada del trovador en la formación de Dante, hemos reconocido, en el fondo, la substancia del arte de Arnaut Daniel que es, en definitiva, «artífice» poderoso de su poesía. Asiduo creador de palabras nuevas y de nuevas formas métricas, adapta violentamente la lengua a sus propias exigencias, modulándola a su modo, alterando libremente las formas consagradas por la tradición, variando a su capricho los sufijos: «Obre e lim motz de valor», proclama el poeta; y nada mejor que esta expresión puede dar una idea de su arte. Hemos escrito que Arnaut Daniel realizó su forma poética a través de un «esfuerzo tenaz e impetuoso». Los dos términos parecen opuestos, y sin embargo necesitamos de los dos para calificar el arte de nuestro trovador que de una parte define y elabora su forma a través de una paciente labor de lima, y por otra parece conquistarla al asalto, con una avidez, diríamos, heroica.
Hay en Arnaut Daniel pasión por lo difícil, la embriaguez del obstáculo, la búsqueda siempre vigilante y ansiosa y jamás extinguida de cualquier cosa que esté fuera de lo común y de lo ordinario. Por algo dijo de sí mismo: «Jeu sui Arnautz qu’amas l’aura / e chatz la lebre ab lo bou / e nadi con-’ tra soberna», es decir: «Yo soy Arnaut el que acumula el viento, y caza la liebre con el buey, y nada contra la corriente», traduciendo — la imagen — esa selección de términos inaprensibles, esa afanosa búsqueda de lo mejor que es la característica esencial de su poesía. En ella, la «palabra» lo es todo; pero no la palabra vacía y vana, sino esa palabra que es símbolo poderoso y sugestivo, que vale por su poder evo cativo. Hemos utilizado términos que parecen tomados de poéticas modernas, y, sin embargo, convienen totalmente al arte de Arnaut, que precisamente fue llamado el verdadero creador de la poesía hermética. Resulta casi innecesario decir que no es posible traducir, ni siquiera de una manera aproximada, las grandes imágenes de Arnaut Daniel, no tanto por las dificultades con que tropieza el crítico moderno para penetrar en el mundo del poeta, encerrado en un idioma que a menudo es indescifrable, sino por la singularidad única de la expresión, que de ninguna manera puede reconstruirse sin que quede roto por completo el encanto. Por ejemplo: hay una imagen arnaldiana que expresa el «llover» de los rayos del sol que desciende, lentamente, sobre el mar. «Tro lai an lo soleil ploina / Tro lai an lo soleil plovit». Un traductor italiano ha parafraseado: «Fin la dove il solé come nembo piovoso discende»; y un francés: «Oü le soleil fait pleuvoir dans les eaux la lumiére».
El encanto queda roto. Otro ejemplo. Hay un hermoso verso de Arnaut: «Que jois mi monta’l cor el cel» que un traductor italiano ha vertido valiéndose de un verbo dantesco: «Che il gaudio il cor m’incela»; sin embargo, ha representado un estupor estático pero no el excitado ardor de Daniel. Ese «monta», es, en verdad, intraducible. Y ¿cómo expresar esa otra gran imagen mediante la cual el cuerno de la mujer amada es visto por el poeta «plus frexs» que rama florida «cui fan tremblar auzelhou»? ¿Y esas otras gracias a las cuales Arnaut expresa el sentimiento que le produce la estación invernal y que han inspirado a Dante su «Al poco giorno ed al gran cerchio d’ombra»? Pero la poesía que quizás mejor que ninguna nos da la medida del arte de Árnaut es la célebre «Sextina» (una forma métrica muy áspera inventada por Arnaut Daniel, y que ha sido felizmente utilizada por Dante y Petrarca): «Lo ferm voler qu’el cor m’intra», que es una afanosa meditación del poeta acerca de su amor por una mujer de bastante difícil conquista, en la cual se expresa un sensualismo irritado, traducido especialmente en las atormentadas «palabras rimas» que se encadenan de estrofa en estrofa, como para traducir la estabilidad del sentimiento del poeta, y sirven para realizar poderosas imágenes.
A. Viscardi