Cañas al Viento, Grazia Deledda

[Canne al vento]. Novela de Grazia Deledda (1871-1936), pu­blicada en 1913. Quizás aquí, más que en ninguna, Grazia Deledda convierte el paisa­je sardo en un paisaje bíblico y hace nacer, desde las primeras páginas, una inquietud de cosas sobrenaturales que discurre y brilla a través de todo el tejido monótono del asunto. El protagonista, Efix, el viejo cria­do de las señoras Pintor, cultiva las últi­mas tierras que quedan a las tres nobles descendientes de una familia arruinada: Ruth, Ester, Noemi; y vive en fantástica familiaridad con los fuegos fatuos, los gigantes de la montaña, los santos del cie­lo y los muertos, vivos y reales para él como las personas del presente. La noble casa se cae en pedazos, las señoras Pintor venden a hurtadillas las verduras y las legumbres cultivadas en la finca; dos de ellas son viejas, dulces y solemnes como imágenes; Noemi en cambio, que conserva todavía un resto de juventud y de belleza, es altanera y dura. Su padre, don Zame, las tenía se­cuestradas en su casa, por orgullo de noble bárbaro; y la que fue en un tiempo con­dena de la juventud y del amor, es preci­samente para ellas la extrema defensa. Una de las hermanas, Lia, no aceptó aquella suerte tétrica y huyó hace muchos años al continente; el padre, que la perseguía, fue encontrado muerto en el puente y se creyó en una desgracia. Pero fue Efix quien lo mató involuntariamente, mientras pro­tegía la fuga de Lia, por quien sentía una devoción apasionada muy parecida al amor.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces; Lia se ha casado en el continente, ha te­nido un hijo, Giacinto, y después ha muer­to. Nadie conoce el delito de Efix, que duerme en el fondo de su conciencia. Cuan­do Giacinto, huérfano y despedido por un hurto de su empleo en Aduanas, va a bus­car trabajo a Cerdeña, parecen irrumpir con él en la vieja casa la vida y los re­cuerdos trágicos del pasado. Giacinto, en su país, juega, va de una a otra fiesta, contrae deudas, firma letras de cambio con el nombre de sus tías, se enamora de Grixenda, una pobre muchacha nieta de la vieja Pottoi, y quiere casarse con ella. Efix, que ama a Giacinto mucho más que sus tías, trata inútilmente de corregirle y el muchacho, furioso y desesperado, cuando el viejo le riñe, le hace saber que conoce su delito, que le fue revelado por su ma­dre. Después marcha de Galte y va a Nuoro en busca de trabajo. Entre tanto el ven­cimiento de las letras de cambio sume en la ruina y la desesperación a la casa de las señoras Pintor: Ruth muere inesperadamen­te y Ester y Noemi se ven obligadas a vender la granja a su primo don Predu, a quien siempre han tenido a desdeñosa distancia y que en este momento las salva. Efix espera que de aquella aproximación surja una boda entre Predu y Noemi y cuando Predu le encarga que pregunte a Noemi si le aceptaría por marido, el viejo criado cree que ha llegado el final de todos los males. Pero Noemi le rechaza; la pre­sencia de Giacinto ha despertado en ella las turbaciones y los sueños de la juven­tud sofocada, pero todavía viva, y está de­masiado atada por lo que teme que sea amor y quiere que sea odio.

Entonces Efix, en quien la revelación de Giacinto ha des­pertado el antiguo remordimiento, piensa que aquella ceguera es el castigo de Dios atraído a la casa con su presencia, y en expiación de su delito, se aleja y vive men­digando. Pero está inquieto, siente que no es aquel su sitio, ni su penitencia. Vuelve finalmente al pueblo, donde creen que ha estado en América, encuentra a Giacinto trabajando como molinero y a punto de casarse con Grixenda, y también Noemi acepta ya la oferta de Predu que Efix le comunicó una noche ya lejana y que ahora le repite. El buen criado puede, pues, des­cansar. El día de las bodas de Noemi, Efix muere consolado. La sombría historia de su delito, de sus señoras, de todos, está ya aclarada: «Somos cañas y nuestra suerte es el viento», dice Efix a Ester, su antigua dueña; pero ella insiste: «Pero, ¿por qué esta suerte?». Efix responde: «Y el viento, ¿por qué? ¡Dios lo sabe!». Así, en esta humilde aceptación, la vida del criado en­cuentra su paz y su significado, amplía el breve cielo donde Efix buscaba a sus santos y a sus duendes, a un cielo eterno hacia el que tiende el dolor de todos los hom­bres, servidores, también ellos, de desconoci­dos señores. Grazia Deledda ha esbozado aquí un valiente abandono a la fantasía; por eso el asunto está envuelto en un silencio, en una penumbra donde las palabras llevan la preciosa carga del mundo interior, al que todas las apariencias aluden y hacia el cual nos encaminan sin revelarlo.

O. Nemi