Narración del escritor ruso Fedor Dostoievski (1821-1881), aparecida, en 1873, dentro de una serie de folletones bajo el título general de «Diario de un escritor», en el número 6 del periódico «Grajdanine» [«El Ciudadano»] del que, por esta época, era redactor el autor. Un desgraciado hombre de letras, alcohólico y al borde de la locura, se encuentra en un cementerio con motivo de un entierro. Marcha todo el mundo, y él se queda allí, adormilado sobre uno de los panteones funerarios. Pronto le parece percibir voces provenientes de las tumbas inmediatas: un general que habla de echar una partida de cartas con su vecino; una gran dama que se lamenta de un tendero que le molesta con sus suspiros y con el olor a putrefacto que despide, entablándose entre ambos un diálogo poco amable. A la dama le gustaría distraerse con algún joven distinguido. Precisamente han enterrado recientemente a un joven así, que hace acto de presencia para recordarle a la mujer que ella fue quien, a la temprana edad de catorce años, le abrió los ojos a panoramas nada edificantes. El charloteo se generaliza, a veces, para limitarse, en otras ocasiones, al diálogo. Una muchacha, muy joven, casi una niña, pero muy vivaracha que ríe continuamente, se mezcla en la conversación y su presencia reanima a un maduro dignatario despertando su lubricidad. El joven informa a la concurrencia que el alto funcionario era un viejo libertino y malversador de los fondos administrativos puestos bajo su custodia, según se había descubierto después de su muerte. Los muertos se preguntan cómo es posible que habiendo fallecido sigan en posesión de sus respectivas conciencias y uno de los más antiguos da la explicación.
Según dice, después de algunas horas o días del enterramiento, la conciencia despierta, perdurando durante muchos meses, para desvanecerse de nuevo a medida que sobreviene la putrefacción; en su vecindad hay un muerto que hasta hacía poco intervenía en las conversaciones; ahora ya sólo puede decir de vez en cuando: «bobok, bobok». En vista de ello, el joven propone entretener el tiempo lo más alegremente posible, invitando a este fin a todos a prescindir del pudor y que cada cual cuente su vida pasada sin deslizar la menor mentira, poniendo su alma al desnudo. Todo el mundo acepta, y, en este instante, nuestro héroe que ha estado escuchando las conversaciones, estornuda y los muertos enmudecen reinando de nuevo el silencio sobre el cementerio. En este fantástico y corto relato se pone una vez más de relieve ese sello morboso, que en cierto modo caracterizaba al genio de Dostoievski. Sabiendo el influjo que las obras de Gogol ejercieron en él, no es descabellado pensar que las alucinaciones auditivas del personaje que da título a la narración, le fueran sugeridas al autor por la lectura del Diario de un loco de Gogol, donde se habla de un fenómeno semejante. Lo que sí asombra en un autor tan inclinado al misticismo como Dostoievski, es la concepción materialista de la muerte que nos brinda en Bobok; preciso será, por lo tanto, para explicarse la aparente contradicción, tomar en consideración el carácter cómico que Dostoievski quiso infundir al relato. [Trad. española de Alfonso Nadal en La tímida y otras narraciones, Madrid, 1930].