[Sous le soleil de Satan]. Novela de Georges Bernanos (1888-1948), publicada en 1926, y su primera obra, en la que ya se afirman no sólo el pujante estilo, sino todos los temas predilectos del gran escritor católico. El libro se abre con un largo prólogo narrativo cuya ligazón con el resto de la obra no se ve, en principio, muy clara. Una joven provinciana se aburre, y este sentimiento banal conducirá a la tragedia de la demoniaca posesión, que arrastrará al abismo a Germaine Malhorty, conocida por Mouchette. El ansia de aventuras, la rebeldía contra una vida rutinaria, impulsan a Mouchette a entregarse a un aristócrata, el marqués de Cardignan. Queda embarazada y su amante se apresura a rechazarla; para vengarse, Mouchette le hace creer (falsamente) que es la amante del doctor Gallet, diputado de la comarca y libidinoso burgués que ya hace tiempo viene cortejándola. Después, en el curso de una escena lo bastante confusa para que todo el mundo crea en un accidente, Mouchette mata al marqués. Se convierte en la amante del doctor Gallet, a quien vanamente suplica que le haga abortar. Mouchette le confiesa su crimen pretendiendo forzar a su nuevo amante a que participe de su secreto, pero éste, refugiándose en la incredulidad, se resiste a admitir la veracidad de sus palabras, y la mujer, presa de un súbito ataque de histeria, da a luz un niño muerto. Esta impotencia suya al no poder aligerar su alma, esta tenaz resistencia de todo el mundo a creer en el crimen, que la mantiene prisionera de su acto, tales son los signos de la posesión diabólica, según pretende sugerirnos Bernanos. Desde entonces, una parte íntima de su ser queda sustraída a los hombres y a Dios: «He aquí, pues, bajo nuestros ojos a esta ingenua mística, santa Brígida de la Nada. Un crimen impune; nada revelará sus huellas en la tierra. Su vida es un secreto entre ella y su Dueño, o más bien el solo secretó de su Dueño». A partir de aquí, se inicia la segunda parte de la novela, muy diferente, en apariencia, de la primera: el autor nos presenta a un vicario rural, hombre rudo y salvaje, alma inquieta, obsesionado por el ascetismo y a quien sus superiores profesan una gran desconfianza: el abate Donissan
. Cierta noche de pesadilla, camino de Étaples, el clérigo se extravía por un mundo fuera del habitual. Allí se tropieza con un buen hombre con aspecto de chalán, de una cordial vulgaridad. Traban conversación y, en el curso de ella, el abate Donissan reconoce con horror en su interlocutor al propio Maligno, que le testimonia un odioso afecto. Por fortuna, la llegada de un labriego conocido le libra de su presencia. El abate Donissan se encuentra con Mouchette y, gracias a su don de leer en las almas, logra, que ella le confiese el secreto que constituye la raíz de su posesión diabólica. El clérigo le libra del orgullo de su falta y, entonces, al alma de Mouchette «despojada de todo, incluso de su crimen» sólo le queda una salida: matarse. Y el abate Donissan, con gran escándalo de sus feligreses, transporta a la Iglesia el cuerpo de la agonizante. En este punto es cuando el prólogo cobra su sentido: los destinos de Mouchette y del vicario, tan alejados a los ojos humanos, estaban en realidad ligados por lazos sobrenaturales; las inquietudes, las angustias del abate Donissan se revelan como una misteriosa repercusión de la posesión diabólica de Mouchette, y quizás como el precio fijado para comprar la salud de su alma. Desde esta su primera novela, Bernanos concede así un puesto esencial al dogma de la comunión de los santos, del rescate recíproco de las faltas. De modo idéntico, en la Alegría (v.) será sacrificada Chanta! como pago por el rescate del abate Cénabre de La Impostura. [L’Imposture]. Volvemos a encontrarnos con el abate Donissan convertido en cura de Lumbres y aureolado de una reputación de santidad, si bien sus escrúpulos no le han abandonado en absoluto; incluso se han agudizado.
Está convencido de que su íntima vocación es poseer aguda conciencia de la acción de Satán sobre las almas, de esta acción cuyos objetivos predilectos son tal vez los santos. Pero el peligro existe para todas las criaturas y se esconde incluso en los actos de más inocente apariencia. El «santo» de Lumbres nunca cesa de encontrarse con Satán: «está en la mirada que le desafía, en la boca que le niega; está en la angustia mística y en la seguridad y serenidad del simple. ¡Príncipe del mundo! ¡Príncipe del mundo!…». Es a Dios mismo a quien Satán busca herir a través de nosotros, y el abate Donissan posee clara conciencia de tener trabado con el Enemigo un combate personal : «Dios me ha inspirado este pensamiento que señala mi vocación; perseguir a Satán en las almas y comprometer inevitablemente en esta tarea mi reposo, mi honor sacerdotal e incluso mi salvación». Después de haber tratado de resucitar a un niño, el cura de Lumbres, asaltado por los penitentes, venerado por la multitud, fallece de un ataque al corazón cierto día en que un célebre académico, «ilustre anciano que ejerce la magistratura de la ironía» (personaje en donde fácilmente se reconoce a Anatole France) había venido a visitarle. Drama del pecado y de la santidad, la novela de Bernanos, como ya indica su título, es ante todo el drama de la amenaza y de la posesión que sobre la obra divina hace gravitar Satán. El autor reprocha al mundo actual (incluso a los sacerdotes) que no se ocupe ya de Satán, lo que, a su juicio, equivale a negar la vida interior. Para Bernanos, Satán posee una presencia visible y carnal, quizás demasiado visible para ganarse completamente la adhesión del lector. Por otra parte, los héroes de Bernanos se definen exclusivamente en relación con la tentación y la salvación, y toda psicología puramente humana casi brilla por su ausencia.