Autobiografía, Miguel Villalonga

Obra del novelista es­pañol Miguel Villalonga (1899-1946), publi­cada primero en la revista madrileña «La Estafeta Literaria» y más tarde, en volu­men, en Barcelona en 1947. «Consciente de que mi vida no presenta un interés objetivo advierte Miguel Villalonga— y no que­riendo desnudar mi intimidad al cínico modo «roussoniano», he procurado fijar en mi obra la vida de mi contorno. Creo que las épocas son muchas veces más intere­santes que los individuos». De ahí que su Autobiografía, concebida como una mera divagación intrascendente y determinada por una escéptica ironía de deraciné, sea una sucesión de capítulos, sin orden riguroso, en los cuales ha ido estilizando aspectos y circunstancias de su mundo vital. La reali­dad humana del autor queda al margen de la narración, que confiesa «litera rizada» y carente «en absoluto de exactitud». Por lí­nea paterna, desciende de una de las fami­lias más viejas de la aristocracia mallor­quína; por línea materna, de dos familias procedentes respectivamente de Grecia y Nueva Orleans— afincadas en Menorca.

Es emotiva la evocación de su madre. Destaca las. relaciones con su hermano Lorenzo médico y narrador en catalán y castella­no —, con su tía Gloria y con su tía-abuela Rosa Ribera, perfilada estampa de la aristo­cracia de los tiempos isabelinos. Los episo­dios que va rememorando abarcan desde los primeros recuerdos infantiles hasta la guerra civil de 1936. Su vida militar (destinos en África, durante la guerra del 20, vida mo­nótona de guarnición en las islas); el aban­dono de su profesión al ser proclamada la República del 31; la pequeña vida intelec­tual de Palma; el perfil de su grupo que vive en constante oposición con el de «La Nostra Terra», revista que determinaba el movimiento literario catalán de Mallorca; el elemento internacional de las islas en la década del 30 (coloquios del conde de Keyserling), etc. Todo ello, captado con luci­dez y amargo escepticismo, con irónica y fina elegancia. En realidad, es una sencilla divagación, de acusados reflejos intelectua­les, en la cual lo específicamente narrativo, o si se prefiere anecdótico, y confesional, ha sido sustituido por el estricto valor literario, desnudo, sin otra justificación que el mismo proceso creador.

J. Molas