Se puede considerar esta obra de Emile Male como formando un todo y, en este sentido, estudiar conjuntamente los tres volúmenes de Emile Male (nacido en 1862), consagrados respectivamente al arte religioso francés del siglo XII (L’Art religieux du XII siécle en France), un trabajo sobre los orígenes de la iconografía de la Edad Media; el arte religioso del siglo XIII (L’art religieux du XIII siécle en France, études sur Viconographie du Moyen Age et sur ses sources d’inspiration), publicado en 1898, y al arte religioso del final de medievo, aparecido en 1908 (L’art religieux de la fin du Moyen Age en France). Cuando Emile Mále escribió la primera de estas obras, que fue su tesis doctoral — segunda cronológicamente, o sea la referente al siglo XIII — la ciencia iconográfica de la que, en Francia, ha sido el creador y maestro indiscutible, no existía todavía.
Tuvo, por lo tanto, que concentrar sus esfuerzos en estudiar e interpretar los monumentos a la luz de la historia y buscar en todos los documentos de la época las informaciones que pudieran iluminarle. Al comenzar su estudio del arte cristiano de la Edad Media por el siglo XIII para retroceder, más tarde, al XII, Emile Mále no obró caprichosamente, sino que, con instinto certero, dirigió sus pasos hacia el siglo donde «todo es orden y claridad». El arte de la Edad Media es esencialmente simbólico y en él la forma se revela casi siempre envoltura del espíritu; los artistas eran ayudados, conducidos por los teólogos, que, de esta forma, contribuían también a esa «espiritualización» de la materia que constituiría la característica esencial del arte medieval. La literatura sacra y profana de la época proporcionaba los temas de las representaciones que los clérigos aconsejaban y explicaban a los artistas. No otro es el motivo de que la catedral fuese para los hombres de este tiempo, como ha dicho muy bien Emile Mále, «la revelación total… Los fieles formaban la humanidad, la catedral era el mundo y el espíritu divino englobaba simultáneamente al hombre y a la creación. Las palabras de San Pablo se convertían en realidad, se estaba, se actuaba dentro de Dios».
Concluido este trabajo, Emile Mále volvió sus ojos hacia el siglo precedente, más complejo por verse sometido a toda una serie de influencias orientales. También en esta época tuvieron un gran papel los miniaturistas en el desarrollo y evolución de la escultura. El autor pasa revista a los diferentes manuscritos de miniaturas que han suministrado modelos a los artistas: sirios, griegos y bizantinos junto con otros europeos. Seguidamente, señala la influencia que ejercieron en la constitución de temas iconográficos, la liturgia, en principio, y, luego, el culto de los santos. Del mismo modo participaron en la creación de la iconografía las peregrinaciones por las rutas de Francia, Italia y España, como así se pone de relieve en la escultura y pintura. Finalmente, los sabios y las órdenes monásticas acabaron de modelar el arte de este siglo que fue, principalmente, un arte monástico, sin que esto quiera decir que todos los artistas de aquella época fuesen monjes, «sino que casi siempre eran los monjes los que les dictaban sus temas». El tercer volumen de este «ciclo», El arte religioso de finales de la Edad Media, destaca los caracteres generales de una estética que, por una parte, entra en el círculo de influencia del arte italiano y, por otra, toma buen número de sus temas del teatro religioso, cuya importancia en la vida de los hombres del medievo, comienza a ser considerable desde el siglo XIV y, sobre todo, en el XV.
El patético irrumpe finalmente con sus más dramáticas expresiones, de un carácter ya casi «barroco», en franco contraste con la discreción y medida imperante en los siglos anteriores. Se trata, en suma, de otro mundo en formación — de donde surgirá el Renacimiento y en el que éste se prepara ya —, que proporcionará una imagen y una significación nuevas del destino humano. Aunque, de hecho, el Renacimiento y, sobre todo, la Reforma, asestasen un duro golpe al arte religioso medieval, estas modificaciones del pensamiento y del sentimiento que habrían podido serle perjudiciales, acabaron por infundirle un nuevo y más potente impulso en el curso de los siglos XVI y XVII, tal como Emile Mále demuestra magistralmente en su libro sobre El Arte religioso a partir del Concilio de Trento. [Trad. española parcial de Juan José Arreóla (México, 1952)].