Tragedia en cinco actos del poeta argentino Juan Cruz Varela (1794-1839). Fue publicada en 1824, un año después de su otra tragedia, Dido (v.) y con ella fue representada. La inspiración es alfierana, originada principalmente en dos tragedias del poeta italiano, Polinice (v.) y Antígona (v.), de las cuales tomó la siniestra figura de Creonte (v.) rey de Tebas.
Creonte ha subido al trono pasando sobre los cadáveres de sus sobrinos Etéocles (v.) y Polinice, y retiene cautivo al hijo de éste, Lisandro, que no aparece en escena. Argia, la viuda, implora a Creonte que le devuelva a su hijo, y como Adrasto (v.), rey de Argos y padre de Argia, ha sitiado a Tebas, ella promete a Creonte que el sitio será levantado si Lisandro le es devuelto; pero el tirano se niega y también retiene prisionera a la madre. Temiendo a su propio pueblo, cansado de tiranía, Creonte confía un plan astuto a Eurimedón, su confidente y general de sus tropas: casarse con Argia, guardar al niño en su poder y lograr así que Adrasto se retire. En el segundo acto Argia rechaza indignada el himeneo; pero es el propio sitiador el que ahora entra en Tebas desarmado — según Eurimedón le refiere al tirano —, levantando en la diestra la rama de olivo de la paz. En el tercer acto Creonte se enfrenta con Adrasto: éste habla el lenguaje de la moderación; aquél el del orgullo y la prepotencia. Creonte deja a Adrasto a solas con Argia, quien excita el furor de su padre al referirle lo que se propone el tirano. Cuando Adrasto rechaza la proposición infame con desprecio, Creonte, a pesar de su ira, se siente forzado por el temor a que el indefenso Adrasto vuelva a su campo.
En el cuarto acto Argia, que nuevamente ha sido separada de Lisandro, al que sabe amenazado de muerte, vuelve a suplicar piedad : Eurimedón llega a anunciar que el sitiador avanza sobre los muros de Tebas, y el acto concluye con un desesperado monólogo en el cual Argia se debate desesperada entre sus sentimientos de madre y su repugnancia a casarse con el asesino de su esposo. En el quinto acto ya no vacila. «Creonte: —Argia, ¿habéis decidido? Argia: —Sí. Creonte: —¿Mi mano? Argia: —Mi muerte». El diálogo, áspero y cortado, fue traducido, como lo avisó el autor, de una situación parecida en la Antígona de Alfieri. Replica el tirano: «Moriréis, más precedida / vuestra muerte será de la del hijo / que no queréis salvar». Argia todavía suplica por la vida de Lisandro, pero exasperado por su negativa, Creonte manda a los soldados que la arrastren a la mazmorra donde darán muerte al hijo, salpicándola con su sangre. Llega en ese instante Eurimedón para avisar que Periandro, el general que defiende los muros de Tebas, ha hecho causa común con el pueblo sublevado y ha abierto las puertas al enemigo. Lisandro ha sido sacado vivo de la mazmorra. Entra Adrasto, vencedor, seguido de sus soldados e intima a Creonte que le entregue a Argia. «Recibidla», dice el tirano y la hiere mortalmente; acto seguido se mata con el mismo puñal.
De mucha mayor fuerza dramática que Dido, Argia encarna en Creonte la sublimación del déspota ambicioso y cruel, aunque declamador demasiado enfadoso y cínico de su propia maldad. Fue propósito del autor al escribirla, hacerla espejo de las crueldades y atentados de los reyes absolutos, arraigando en sus paisanos el odio a los tronos en una época en que los soberanos de Europa — se refería a la Santa Alianza — «han dado a conocer que todo rey absoluto es un tirano».
R. F. Giusti