[Through the first Antartic night]. En esta obra, publicada en 1900, el explorador americano Frederic Cook (1865-1940) narra las aventuras de la expedición antártica belga (1897-1899), mandada por el capitán Adriano De Gerlache (n. 1866), que en la nave «Bélgica» afrontó por primera vez la terrible noche polar antártica, iniciando un nuevo período en la historia de las exploraciones científicas del Polo Sur. Dejando Europa el 25 de agosto de 1897, después de haber tocado en Buenos Aires y en la Tierra de Fuego, el barco se dirigió hacia las islas Shetland, para pasar de allí al mar de Weddell (Atlántico); pero, descubriendo en la Tierra de Graham un estrecho libre de hielo (estrecho de De Gerlache), lo recorrió desembocando en el Océano Pacífico, donde vio la tierra de Alejandro I, en la cual no fue posible desembarcar por la impenetrable barrera de hielo que la rodeaba. Un terrible huracán, agrietando los hielos, pareció abrir un camino por el cual se lanzaron los audaces navegantes, esperando poder alcanzar la costa del continente antártico; pero a las cincuenta millas aproximadas, se encontraron presos del hielo que se cerró en torno al navío inmovilizándolo. Llegó entre tanto el invierno y, los exploradores, no equipados para un invierno en aquellas regiones, se encontraron en una situación trágica: el sol desaparecía y se inició la tenebrosa noche polar; la falta de luz solar, mal compensada por las esplendorosas auroras australes y por el claro de luna, influyó profundamente no sólo en lo moral sino en lo físico de los hombres: el escorbuto, la anemia y la locura surgieron entre ellos.
Con la vuelta del sol, las condiciones sanitarias mejoraron, pero durante casi toda la estación estival no se produjo ningún movimiento notable en el estado de los hielos. Convencidos de que un segundo invierno provocaría la muerte de toda la tripulación, el doctor Cook, médico de la expedición y autor del relato, y el científico Racovitza imaginaron un sistema original para cortar el hielo y consiguieron tras mil esfuerzos abrir un canal que con la presión se cerró inmediatamente, haciendo de este modo inútiles sus titánicos esfuerzos. Cuando toda esperanza parecía definitivamente perdida, los hielos cedieron naturalmente y permitieron al «Bélgica» salir de su prisión; pero sólo después de una navegación peligrosísima entre los bloques de hielo a la deriva, y después de un largo mes, durante el cual estuvo bloqueado de nuevo, pudo en fin alcanzar el mar libre y llegar a su patria. La expedición no había alcanzado el continente antártico pero había demostrado la posibilidad de invernar en aquellas regiones; había hecho importantes descubrimientos en la Tierra de Graham y llevaba consigo enorme cantidad de observaciones científicas. Cook — que años más tarde conquistó una notoriedad inesperada y breve, por la mistificación con que quiso hacer creer que había llegado el primero al Polo Norte (descubierto, por el contrario, aquel mismo año, por Peary) — revela en esta obra calidades de seriedad y de valor que casan mal, con el engaño pueril que sirvió para oscurecer su honrada fama de explorador y de científico.
P. Gobetti