Novela jesuítica — o mejor dicho, antijesuítica— del escritor español Ramón Pérez de Ayala (1881-1962). El título es el anagrama del lema Ad maiorem Dei gloriam, y este título lo aclara la intención de la novela; todos los vicios que se atribuyen a los jesuítas se justifican, según el autor, con el fin de «a mayor gloria de Dios». En el fondo esta novela no es otra cosa sino una gran ingenuidad y pretende ser una exposición de la idea vulgarísima de la moral jesuítica de que el fin justifica los medios. Entre tantos «malos», no falta en la narración el «bueno», el inefable P. Sequeros, que naturalmente tiene que enamorarse de Ruth, una bellísima inglesa. El autor que al principio de la obra ataca duramente algunos misterios y dogmas del catolicismo, no tiene inconveniente, a lo largo de la misma, en presentarnos la fidelidad del P. Sequeros — el «bueno» — a estos misterios y dogmas como un argumento en pro de su calidad humana.
De entre las visiones y retratos de jesuítas en la literatura actual — pensamos en Joyce, Unamuno. Gabriel Miró, etc. —, la de Pérez de Ayala es la más sectaria y fanática, pero también la más superficial e incongruente. No molestan las tonterías atribuidas a los religiosos del colegio, molesta la falta de lógica, el ataque injustificado a los principios del cristianismo, sin que se llegue a plantear un verdadero conflicto. En el personaje del P. Atienza — otro «bueno», hombre de ciencia que acaba por abandonar la orden — se esconde, según los críticos, la figura y personalidad de don Julio Cejador y Frauca, el historiador de la literatura española. El drama personal de un Gracián, del P. Mir y del propio Cejador —o sea el conflicto entre la obediencia («perinde ac cadáver») y la personalidad — pudiera haber dado lugar a una gran novela. Pero en A. M. G. D. todo está tratado superficialmente y sin ningún acierto psicológico. Afortunadamente Pérez de Ayala puede acreditar su condición de novelista con otras obras, como Tigre Juan (v.) y Belarmino y Apolonia (v.). A. M. D. G. fue llevada al teatro en el año 1932 por Julio de Hoyos.
A. Comas