[Esperienze intorno a diverse cose naturali, e particolarmente a quelle che ci son pórtate dalle Indie]. Obra escrita en forma de carta por el médico poeta, dirigida al erudito Padre Athanasius Kircher, impresa en Florencia en 1671.
Al terminar la carta Redi le declara su «ingenio en la búsqueda de la verdad» y que para dicho genio no encuentra más satisfacción que aprender. A este «genio» debemos sus obritas sobre las ciencias naturales, en las que no se sabe qué admirar más, si la belleza de la expresión o la novedad y utilidad de las observaciones y hallazgos. Son notables estos Experimentos por la cantidad e interés de las noticias que nos ofrecen. Redi no cuida de subrayar la importancia de sus observaciones y experimentos, aunque se siente propenso a señalar la charlatanería ajena y la soberana credulidad general, sino a aportar nociones que se graben fácilmente por su misma amenidad, más que a ganarse el aplauso de los lectores. Así el lector puede encontrar una disquisición sobre el tabaco o sobre aquel «aceite del tabaco» que era la primera nicotina impura. Y leerá un «excursus» sobre la trimielga o pez torpedo.
Se decía de ella que podía dar calambres desde lejos, Redi no se atreve a afirmar que ello sea cierto y cree que los experimentos han de repetirse en las condiciones más naturales; considera posible que cuando la trimielga está en el mar, produzca los efectos de que hablan los pescadores. Pero también quiere ver dónde reside su «virtud dolorífica» y la encuentra en los dos músculos en que se condensa su propiedad eléctrica. También son acertadísimas sus observaciones sobre la dificultad del experimento en medicina «al tener conciencia de que una gran incertidumbre acompaña en general a todos los medicamentos, y a menudo sucede que un mal nace de diversas causas, como las diversas circunstancias de tiempo, lugar, preparación,, y así sucesivamente». ¡Y cuántas creencias absurdas, incluso entre las personas más cultas, se nos presentan como en calidoscopio, hojeando la graciosa obrita! Así, las uñas de las enormes arañas americanas que curan, sólo con tocarlas, las muelas que duelen; o el cuerno del rinoceronte y sus admirables virtudes terapéuticas. Había autores que afirmaban que, enterrando cuernos de bueyes y corderos, podían echar raíces y convertirse en plantas animadas.
Otros hablaban de cierta hierba «pusu» que hacía inmortales a los hombres; y de otra, el «ginsing» que hace estar alegre toda la vida, sin el «temor de las enfermedades». Nos enteramos luego de un río en la provincia de Kuan, donde hay peces rojos cuya sangre, cuando se moja con ella la planta de los pies, permite caminar fácilmente sobre las aguas; y hay un lago, en la provincia de Pekín, donde las hojas que caen se convierten en golondrinas voladoras; y de los árboles y las conchas dé las islas próximas a Escocia y a Hibernia nacen patos; y en los mares de China se pescan peces de color azafrán que en primavera y otoño se cubren de plumas y se convierten en pájaros para transformarse luego otra vez en peces.
No se trataba de gentes crédulas capaces de permanecer con la boca abierta ante un charlatán, sino que en todo eso creían estudiosos que pasaban su vida sobre los libros filosofando a su manera y siguiendo las férreas leyes de la escolástica, todavía no destronada. Uno de ellos era aquel padre jesuita verdaderamente docto, Athanasius Kircher, benemérito en el campo de las ciencias, a quien Redi dirige su obra y que creía que se podían fabricar moscas o (como Plinio y, más próximos a Kircher, el célebre Mattioli, Liceto y Van Helmont) que de la albahaca se podían conseguir escorpiones machacando, en julio y agosto, la planta con una teja al rojo, poniéndola luego, no sin efectuar otras maniobras, en un sótano, y dejándola allí durante todo un mes.
M. Cardini