«En las alturas que están sobre el río Xzan, en el lugar de ciertas ruinas antiguas, Iucounu el Mago Risueño construyó una casa para su satisfacción personal: una excéntrica estructura de empinados tejados de dos aguas, balcones, caminos elevados, cúpulas y tres torres de vidrio en espiral a través de las cuales la roja luz del sol brillaba con destellos trenzados y peculiares colores …» Estamos de nuevo en el mundo de La Tierra moribunda [11], donde un sol hinchado y debilitado lanza sus rayos sobre un paisaje fantástico habitado por criaturas deformes, hombres peligrosos y hechiceros malignos. Ésta es la continuación postergada durante mucho tiempo de la obra maestra de Jack Vance de 1950. Más ligera, más humorística y, aunque más episódica, más novela que la primera.
El protagonista timador de Vance se llama Cugel el Listo, «un hombre de muchos talentos, con una disposición al mismo tiempo flexible y pertinaz. Tenía largas piernas, manos hábiles, era ligero de dedos y de hablar suave». Cugel intenta robar a Iucounu el Mago Risueño, pero es atrapado en una trampa de hechicero. Como castigo, Iucounu lo amenaza con el hechizo del Enquistamiento Desolado, «que consiste en sumergir al indi-viduo en un agujero situado a unos setenta kilómetros por debajo de la superficie de la Tierra», pero en cambio adhiere al hígado de Cugel un pequeño ser que es «todo garras, púas y garfios», y envía al aspirante a ladrón a una peligrosa búsqueda que éste no puede rechazar mientras su hígado esté amenazado. La tarea que debe llevar a cabo Cugel es encontrar uno de los Ojos semejantes a joyas del mundo sobrenatural, mecanismos milagrosos que permiten a los hombres contemplar un ámbito superior de existencia. A tal fin, es transportado por un enorme pájaro que lo deja caer en una playa desolada en el otro extremo del mundo. Siempre ingenioso, Cugel no se desalienta. Empujado por ideas de venganza, pronto logra obtener el ansiado juguete, y después de luchar, trampear y hablar dulcemente para escapar de aventuras que ponen los pelos de punta, dirige sus pasos por el largo camino que conduce a su hogar y lo entrega al desagradecido mago. Los planes de venganza le salen mal y es nuevamente desterrado. Las estratagemas de Cugel son a veces brutales, como las de cualquier embaucador legendario, pero toda la historia está narrada con infalible humor, inventiva y facilidad verbal.
Los ojos del sobremundo (The Eyes of the Overworld) es una obra bella a su modo, pero no tiene la belleza agónica del primer libro de Vance (que combinaba un poco de humor y una inagotable imaginación). Tampoco los libros muy posteriores en los que el autor ha vuelto nuevamente al encuadre de la «Tierra moribunda» –La saga de Cugel (1983) y Rhialto el prodigioso (1984) – logran reproducir la magia del original. Sin embargo, los cuatro libros constituyen en conjunto uno de los más impre-sionantes e influyentes logros en el campo de la «fantasía cientí-fica». La obra de Vance ha dejado sus huellas sobre autores tan diversos y talentosos como Michael Moorcock, M. John Harri-son y Gene Wolfe (para no mencionar a Michael Shea, un emulador suyo que no lo oculta: véase el comienzo de su libro Nifft the Lean [79]). Otras notables obras fantásticas de Jack Vance son las de su serie «Lyonesse», cuyos dos primeros volúmenes son El jardín de Suldrun (1983) y La perla verde (1985). Éstas son grandes novelas que nos presentan un punto de vista muy poco usual sobre Gran Bretaña. Aunque escribe desde hace décadas, aún es demasiado pronto para hacer una evaluación definitiva de la contribución de Vance a la moderna literatura fantástica. Pero sin duda alguna es uno de los princi-pales escritores del género.
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