[Le cene]. Colección de novelas cortas de Antón Francesco Grazzinii llamado el Lasca (1503-1584). En la intención del autor debía comprender treinta narraciones distribuidas en diez jornadas o cenas, pero sólo han llegado hasta nosotros veintidós, además de la «Introducción al novelar» [«Introduzione al novellare»] porque el autor, que anduvo en ello muchos años (algunas novelas se remontan a 1540), no consiguió llevar a cumplimiento su obra, la cual casi desconocida durante dos siglos, fue publicada, incompleta como estaba, en el siglo XVIII. Siguiendo el ejemplo de Boccaccio, Lasca imagina que un grupo de seis mujeres y cuatro jóvenes se hallan reunidos en casa de una de ellas, Amaranta, en un día de nieve y lluvia y deciden entretenerse antes de la cena, contando cada uno un cuento y volverse a reunir en los dos sucesivos jueves de carnaval, para renovar con aquellas cenas el agradable entretenimiento; alegre ficción, que permite al autor poner al comienzo de su libro la bella descripción de la batalla con bolas de nieve, pero que no tiene el desarrollo de la ficción del Decamerón (v.), y cuyos narradores quedan como meros nombres, al paso que las novelas están distribuidas en las tres jornadas sin otro criterio que el de su mayor o menor longitud, porque a la primera cena son asignadas las novelas breves, las medianas a las segundas, y las más extensas a la tercera. Pero las Cenas, por grande que sea la devoción de Lasca a su maestro y autor preferido, Boccaccio, a quien llama en broma «San Giovanni Boccadoro», son algo muy diferente del «más que divino Decamerón», del cual recogen más de una situación y que intentan a veces imitar con resultado poco feliz, en la amplitud y en la solemnidad de ciertos períodos; más bien se acogen a una tradición más modesta, no solamente escrita sino oral: la tradición muy florentina del placentero y agudo novelar; y se refieren hasta por su ambiente a Florencia, a sus calles, a sus costumbres, a sus tipos y a sus figuras, porque Lasca se aleja en muy pocas novelas de su ciudad, que constituía su mundo espiritual.
De aquella tradición, las Cenas continúan incluso el tema de la burla, que se convierte casi en tema exclusivo (diecisiete novelas de las veintidós tienen por tema una burla) y que no interesa al escritor como medio para representar caracteres de burladores o burlados, de bribones o de bobos, sino por sí misma, por el juego a menudo cruel y despiadado que se despliega por entre casos extraños y embrollados sucedidos en perjuicio de la pobre víctima. No siempre un arte tan característicamente popular como el suyo, próximo a la palabra hablada, consigue aislar bien un tema que dé a la novela una fisonomía propia, característica que la distinga de las demás, ni sabe renunciar a pormenores de crónica o superfluos que comprometen la línea de la narración; pero indudablemente Lasca es artista, es más, artista tan auténtico como no habrá otro en el «cinqüecento» italiano, y aporta a su novelar popularista algo suyo propio, original, una inspirada fantasía, que se complace en situaciones extrañas y figuras singulares y, tiene particular predilección por ciertos efectos de macabra comicidad. Muertos verdaderos o ficticios, enredos de espíritus y de magias, locos y pobres de espíritu juegan un papel importante en sus novelas y constituyen el argumento de las mejores y más famosas; como aquélla, bellísima burla hecha por Scheggia y sus compañeros a Guasparri del Calandra, con la espectacular y fantástica presentación de los espíritus en el puente «alia Carraia» y de la cámara enlutada con un muerto improvisado, o la de Neri Chiaramantesi a quien hacen pasar por loco, muy conocida por el drama que sacó de ello Sem Benelli en la Cena de las burlas [Cene delle beffe]; como aquella harto complicada «de laf juglaría» que se cierra con la fuerte figuración del protagonista, absorto en un estupor, que degenera poco a poco en locura, a consecuencia de la burla de que ha sido víctima; o aquella, de final menos trágico, del maestro Manente, raptado y hecho pasar por muerto por Lorenzo el Magnífico, y poco tiempo después vuelto a Florencia, donde nadie le quiere reconocer, sin que él consiga comprender lo que le ha pasado; la de Falananna, buen hombre cuya mentalidad sigue siendo la de un niño, y que conmovido por un sermón acerca de la verdadera vida que con la muerte se abre para» el hombre, quiere morir a toda costa, y se deja persuadir por su mujer y el amante de ella de que verdaderamente está muerto, y se deja transportar como tal, convencido de estar verdaderamente muerto hasta cuando, entre el trastorno general, se levanta de su ataúd para replicar a unas palabras dichas acerca de él por un transeúnte.
A pesar de estos temas la inspiración de Lasca es principalmente cómica y cuando intenta, recordando a Boccaccio, la segunda cena, fracasa tristemente: sólo en la novela del orfebre Fazio parece superar ese su acostumbrado defecto estilístico, por la narración tan sobria y poderosa de lo sucedido al protagonista, elevado por extraña suerte y por su codicia a una gran riqueza y después conducido a morir en el patíbulo. Pero páginas como las de la noche de tempestad, en que ante la casa de Fazio viene a morir un riquísimo vecino suyo y a él le dan tentaciones de apropiarse de sus riquezas, quedan aisladas en estas Cenas; más conforme con el espíritu de toda la colección parecen ser aquellas de Scheggia y de sus compañeros, que es tal vez la obra maestra de Lasca. Leemos allí de Gian Simone, sombrerero que, encaprichado por una mujer, e inducido por Scheggia a consultar a un pretendido mago Zoroastro para obtener el amor de ella, y que después enferma del susto que se ha llevado, es obligado de nuevo a desembolsar dinero para librarse de un proceso por hechicería que, según le dicen, le ha sido iniciado; es una comedia auténtica, que se desarrolla durante cuatro escenas vivamente dialogadas según la mejor manera de Lasca. El cual tiene una característica propensión a la vivacidad y a la palabra hablada gráfica y que también por esto en sus novelas se aproxima tanto al espíritu y al carácter de sus comedias.
M. Fubini
¿Qué le falta a Lasca? Una mano trémula…; le falta el culto y la seriedad artística, farfulla y expone las cosas como se le ocurren, y las deja a medias, deteniéndose en la superficie: carece del espíritu y de la finura de Boccaccio, carece de ironía y sus caricaturas son burdas; pero es fácil, está lleno de brío y de nervio, y halla en el dialecto imágenes y formas cómicas ya listas, sin molestarse en buscarlas. (De Sanctis)