Un joven sacerdote, minado por un mal incurable, es nombrado párroco de Ambricourt. En su diario, que se convierte para él en un instrumento necesario de introspección de su alma, anota los avatares de su lucha cotidiana contra la indiferencia y la hostilidad de muchos de sus feligreses.
Es el pecado que se defiende de la pureza, y sólo poquísimas de las almas que le han sido confiadas se hallan inmunes ante él: no, desde luego, los castellanos de Ambricourt, unidos por una maraña de odios e infamias, ni tampoco los niños, como la pequeña Séraphita que esconde bajo su aire inocente una maligna perversidad. No obstante, el joven párroco conseguirá con su empeño redimir a muchas de estas almas. Y sus últimas palabras, antes de apagarse bajo la bendición de un antiguo compañero de seminario, el secularizado Dupréty, expresan la dicha finalmente alcanzada: «¿Qué importa? Todo es gracia».