[An Personen]. Poesías de Wolfgang Goethe (1740-1832) dedicadas a «personas» que ocuparon en su vida un lugar importante, recogidas por orden cronológico en el volumen Poesías (v.). Representan 68 años de vida sentimental y pasional, de relaciones humanas y personales, desde la infancia hasta la muerte. En los primeros versitos dedicados a su madre, todavía un poco forzados y escolares, encontramos al Goethe muchacho; le seguimos de estudiante en Leipzig en sus primeros amores con Friederike Oeser y en los más apasionados con Friederike Brion, hasta que vemos aparecer a Lili Schonemann, en su mundo más aristocrático. Todas las poesías de este período son ligeras y graciosas, interesadas en expresar la pasión más ardiente con formas galantes y garbosas. También las dirigidas a hombres que tuvieron en la vida de Goethe particular importancia, bien por amistad, bien por la influencia de su pensamiento, como Kestner, Lenz, Lavater o Herder, no van más allá del simple acto cortés. Sólo cuando Charlotte von Stein entró en su vida, la expresión se hace más meditativa; junto a ella, Goethe no sólo ama, sino que piensa.
De la misma época, que coincide con su primer estancia en Weimar, y su entrada en la corte, datan las primeras poesías a los duques de Weimár, cuyo tono, al principio respetuoso y cortesano, se hará después con los años más libre y confidencial. A la vida de corte se refieren numerosos epigramas y canciones, sobre todo a las damas elegantes e intelectuales (entre las cuales no falta la princesa Galitzin, que convirtió al catolicismo una parte del mundo culto alemán). Es conmovedor observar cómo siente Goethe la amistad, cómo ciertos nombres recorren las páginas con fidelidad inmutable. Basta para ello recordar la composición dedicada a Tischbein, el amigo pintor del Viaje a Italia (v.), escrito en 1806, para sentir cuánto hay de fresco y vivo después de tantos años en el afecto que los une; el de 1815, dedicado a Boisseré y a Alexander von Humboldt. Ocho versos, dirigidos a Friedrich Schiller, resumen el motivo que unió tan profundamente a los dos poetas. Recordando el Evangelio que narra cómo Satanás, para tentar a Jesús en el desierto, le propuso que transformara milagrosamente una roca en pan, Goethe envía al amigo una serie de «piedras» (sus versos) para que él se los restituya con centuplicadas «ideas». En 1795 se hacen notar dos breves insignificantes poesías a Cristiana Vulpius, su futura esposa. Del 1810 son las llamadas «Poesías de Karslbad», dedicadas a la emperatriz de Austria, por la que sentía una devoción particular. Del 1812 son los poemas dirigidos al emperador de Francia y a la emperatriz María Luisa.
Es curioso observar cómo Goethe canta las alabanzas de un Napoleón portador de paz, viendo en él entonces al realizador de los ideales de la Revolución francesa («lo que millares de hombres sintieron confusamente él lo realizó»). En 1820. el viejo escritor dedica dos deliciosas poesías a su amada nuera Otilia y a sus nietos. Mariana von Willemer (v. Divan occidental- oriental) aparece hacia el 1820, y a ella están dedicados versos hasta el 1831. De diciembre de 1831 es una de las últimas poesías, dirigida a Zelter, todavía llena de vitalidad. Un dístico de enero de 1832 para Jenny von Pappenheim, en agradecimiento por un retrato recibido, y dos versos augúrales para un álbum desconocido, en marzo de 1832, son las últimas ofrendas hechas a la amistad. Junto a la más grande poesía goethiana, esta lírica menor nos acerca humanamente al poeta; no parecen sino comentarios a los perfiles de cera coloreada, y a las siluetas en negro que ornan las paredes de la casa de Weimar. [Trad. española de R. Cansinos Assens (Madrid, 1948)].
F. Federici Ajroldi