Vivió durante los últimos años del siglo VII y la primera mitad del VI a. de C. (aproximadamente de 640 a 560). Fue el gran legislador ateniense, y uno de los siete sabios. Nacido en el seno de una familia noble de Atenas, pasó la juventud en medio de los placeres y los viajes fuera del Ática, especialmente por el Asia Menor, destinados al restablecimiento, mediante el comercio, del desconcertado patrimonio paterno. Vuelto a Atenas, empezó a dedicarse a la política, actividad que parece haber inaugurado con su resuelta acción destinada a inducir a los atenienses a la reconquista de Salamina, perdida en la guerra contra Megara. Atenas, duramente derrotada, había llegado a establecer mediante una ley la pena de muerte para quienes se atrevieran a proponer la recuperación de la isla. Convencido de la absoluta necesidad de la posesión de Salamina, el hábil Solón fingióse loco, se presentó inesperadamente ante el pueblo, y recitó una elegía (de la cual sólo conservamos ocho versos) que los antiguos titularon Salamina y juzgaron bellísima; conmovidos, los atenienses le dieron la razón y reconquistaron la isla.
No es éste el lugar indicado para la exposición de la obra política de Solón, tan vasta y multiforme: la «disminución de los pesos» (o sea la abolición de la esclavitud personal y de las hipotecas por deudas, que dio lugar incluso a la cancelación de estas últimas); la constitución timocrática (fundamentada en el censo de los ciudadanos), el establecimiento de un tribunal de jurados populares; el nuevo código de leyes civiles y penales. Nos basta recordar que Solón es el primer estadista del mundo occidental cuyas intenciones y obras podemos comprender, singularmente gracias a los fragmentos de sus composiciones poéticas llegados hasta nosotros; en particular se nos revela uno de los políticos más nobles, honrados y equilibrados de todos los tiempos. Realizadas sus reformas, abandonó Atenas y se dirigió a Egipto y Chipre; de nuevo en aquella ciudad hacia 580» trató en vano de poner en guardia a los atenienses contra las nacientes aspiraciones de Pisístrato a la tiranía.
Durante los últimos veinte años de su existencia, empero, vivió apartado de la política y disfrutó de un tranquilo descanso, en cuyo transcurso parece haber vuelto a los banquetes, el amor y la poesía. En 561, poco antes de su muerte, Pisístrato llegó a «tirano» de Atenas: lo que Solón no había sabido evitar era, posiblemente, inevitable. El poeta escribió cinco mil versos, pertenecientes a Elegías (v.), yambos, épodos y tetrámetros trocaicos; de aquéllos han llegado hasta nosotros unos doscientos cincuenta. La poesía de Solón refleja en gran parte su actividad política. En la elegía que suele titularse Eunomia el autor contempla la ciudad al borde del abismo, y confía únicamente en la protección de Atenea; recomienda su programa político, dice que la avidez y la ambición de los nobles suponen una ofensa contra Dike, y expone las ventajas del buen gobierno y los perjuicios de un poder no justo.
En un fragmento yámbico, escrito cuando ya su labor política había quedado terminada, asume con gran vigor la defensa de la misma, e invoca en su favor «al tribunal del tiempo»; más allá de la arrogante justificación, que nos revela una acusada personalidad de ciudadano, se vislumbran la compasión humana hacia los pobres, forzados a la venta de sus propias personas o al destierro, y una emoción contenida, pero no por ello menos sincera. En los tetrámetros dirigidos a su amigo Foco, Solón se jacta noblemente de la realización de su programa, y responde a las críticas de quienes le juzgan necio por no haber llegado a la tiranía: «No me avergüenzo — dice el poeta— de haber procurado el bien a mi patria y evitado la tiranía y la violencia cruel, sin contaminar ni deshonrar mi fama: así, creo poder superar mejor a todos los hombres». Este noble orgullo, afirmado con tanta sinceridad, hace del fragmento en cuestión uno de los más significativos y vigorosos.
En otra elegía Solón exhorta a los atenienses a guardarse de Pisístrato: «Cada uno de vosotros anda tras las huellas del zorro; sin embargo, juntos poseéis una mente necia: consideráis el lenguaje y las palabras de un hombre astuto, pero no los acontecimientos que se preparan». Toda esta poesía presenta un carácter práctico: se halla puesta al servicio de la política; de haber vivido Solón un siglo después habría escrito no versos, sino discursos en prosa. En la elegía a las Musas, empero, el autor expone su criterio acerca de la vida, y pide a aquéllas, protectoras suyas, prosperidad y buena fama, de suerte que pueda resultar grato a los amigos y amargo para los adversarios. En tal deseo Solón no supera la ética griega común. Más adelante, sin embargo, dice que la riqueza no debe ser mal adquirida, por cuanto la injusticia suele triunfar sólo por breve tiempo: tarde o temprano llega el castigo de Zeus, y, aun cuando el culpable huya, pagan la pena los hijos o nietos inocentes.
Aquí aparecen desarrollados de una manera mucho más lógica y orgánica que en Hesíodo los conceptos de la justicia divina inexorable y de la plenitud de la responsabilidad humana en las acciones que suponen culpabilidad. Tales principios pasarían a la tragedia ática, que los sentiría con mayor profundidad y sabría darles una luz poética; en la moral de Solón se inspira, precisamente, la de Esquilo. Solón es, singularmente, un sabio: el poeta de la sabiduría, ante todo. Posee el don de la expresión precisa, que le lleva a decirlo todo según conviene; no se trata, pues, en realidad, de un gran poeta. Sus poesías, no obstante, aprendidas de memoria en las escuelas de Atenas y citadas por los oradores áticos en los tribunales y en las asambleas populares, dieron vida en el alma de los atenienses, a lo largo de siglos enteros, a un ideal de sabiduría y prudencia. Ni éstos ni los griegos en general fueron nunca verdaderamente sabios y moderados: sólo una concepción ingenua del clasicismo puede imaginarse así a todo un pueblo. Sin embargo, mucho mejor que cualquier otro griego encarnó este ideal Solón, quien, más bien que en sus versos, supo expresarlo y ponerlo en práctica toda su vida.
G. Perrotta