Nació en torno al 370 en el seno de una familia de origen griego, y murió en 413 ó 414. Fue discípulo de Hipacias en Alejandría, donde conoció a Isidoro de Pelusium. Luego se le envió a Constantino- pla a pedir protección contra las tribus bereberes (399-402), y más tarde, vuelto a la patria, cooperó en la defensa de la misma. En 410 fue nombrado obispo de Tolemaida a pesar de su resistencia, a causa de la cual demoró durante varios meses la aceptación del nombramiento. De su brillante actividad conservamos diversas obras — Dión o El examen de sí mismo (v.), Los egipcios o De la Providencia (v.), Encomio de la calvicie (v.), De los sueños (v.), Himnos (v.), varios Discursos (v.), entre ellos uno Sobre el reinar (v.), y el importante Epistolario (v.) -— que nos presentan al autor no sólo como escritor meritorio y con una verdadera inspiración poética a veces, sino también como cristiano enamorado de la filosofía e intensamente influido por el platonismo.
Este último aspecto llegó a provocar dudas respecto de su fe (incluso en épocas recientes); en realidad, empero, Sinesio procuró conciliar la filosofía con la religión, y consiguió incluso resolver a su manera el problema de la resurrección de los cuerpos, muy trascendental para un platónico. Por todo ello ocupa un importante lugar en la historia de la literatura y en la de la cultura entendida en la más amplia acepción de la palabra. Los últimos años de su vida se vieron amargados por una serie de infortunios (una nueva invasión de su patria, y la pérdida de sus tres hijos); durante esta fase final su actividad literaria disminuyó. No ha llegado hasta nosotros un poema suyo sobre la caza.
A. Pincherle