Roland de Lattre, (Orlando di Lasso).

Nació en 1530 ó 1532 en Mons (Bélgica) y murió el 14 de junio de 1594 en Munich. En 1544 su extraordinario talento musical provocó la admiración de Ferrante Gonzaga, a quien había conocido en St.-Didier y con el cual marchó luego a Italia. Allí, a través de ani­madas relaciones con la cultura renacentista, pudo ampliar y profundizar sus experiencias artísticas, así como también madurar su formación humanística mediante el estudio de los poetas latinos y romances, entre quienes prefirió a Petrarca. Vivió en Mantua, Palermo, Milán y Nápoles, de donde pasó a Roma; en esta ciudad fue nombrado en 1553 maestro de la capilla lateranense. Él año siguiente volvió a la patria para visi­tar a sus padres, que, gravemente enfermos, fallecieron antes de su llegada. Abandonada nuevamente Mons marchó, según parece, a Inglaterra y Francia, y luego establecióse durante algún tiempo en Amberes, donde publicó en 1555 el primer libro de Madri­gales (v.), Villanescas, Canciones francesas y Motetes (v.) a cuatro voces.

Esta última obra, de la que el mismo año aparecieron otras dos ediciones, lleva ya los indicios de un arte maduro; sus características más ad­mirables son el vigor lozano y la riqueza de la expresión, siempre regida y dominada, por una lógica necesidad poética que da lugar a un armónico desarrollo del conjunto. En 1556, invitado por el duque Alberto V, dirigióse a Munich, ciudad que entonces, gracias a la ilustre protección de este prín­cipe, se había convertido en el mayor centro cultural y político de Baviera. Allí dirigió la capilla de la corte, y, además, prosiguió su fecunda actividad de compositor. La obra de Lattre, que, junto con la de Palestrina, se­ñala el pleno y esplendoroso refinamiento de la tradición polifónica del siglo XVI, es una de las más amplias y conocidas: las com­posiciones que dejó este autor, muchas de las cuales se conservan manuscritas en la Biblioteca de Munich, superan la cifra de dos mil: los Motetes son unos ochocientos, cuatrocientas veintinueve las Sacrae cantiones, ciento ochenta los Magníficat, doscien­tos treinta y tres los Madrigales y cincuen­ta y una las Misas (v.).

En la producción de los últimos años prevalecen, sobre el fondo de exuberancia renacentista propio de las páginas juveniles, una religiosidad recogida y austera y un matiz de reflexiva tristeza, quizá debido a la influencia del dogmatismo de la Contrarreforma difundido entonces en Baviera; pero también, esencialmente, demostración de un progreso ín­timo y de una labor fervorosa y espiritual­mente profunda.

V. Terenzio