Nació en Blankenburg- am-Harz el 28 de mayo de 1880 y murió en Munich el 7 de mayo de 1936. Estudió matemáticas, ciencias naturales y filosofía, pero también historia y arte, primeramente en esta última ciudad, y luego en Berlín, donde consiguió el doctorado con una disertación sobre Heráclito. Como toda su generación, sintióse fascinado por las verdades oscuras, simples y primitivas de la existencia, y por las grandes personalidades libres de convencionalismos y llegadas a la categoría de símbolos; en este aspecto destaca en primer lugar el «inactual» Nietzsche, a quien Spengler reconoció como maestro y a quien sentíase unido por unas cualidades comunes a ambos: las del «hombre de discernimiento», heraldo de la voluntad de dominio. Al principio actuó como profesor de matemáticas, inclinado a los estudios estadísticos; pronto, empero, comprendió que la ciencia «exacta» no le resultaba adecuada, y empezó a considerarse el último de los poetas y pensadores alemanes y a creer que tras él ningún otro habría de aparecer, por cuanto en el pueblo de mentalidades poéticas y reflexivas no había ya sino técnicos e ingenieros.
Le repugnaban la causalidad mecánica de las leyes naturales y el «historicismo» de las «ciencias del espíritu»; y así, llegó a mezclar las herencias de la «escuela histórica» y todo el patrimonio de la filosofía romántica de la naturaleza con un misticismo de visionario ajeno a cualquier penetración crítica y satisfecho de los esquemas de su saber matemático y biológico. Volvió de esta suerte a la tradición de la «morfología de las civilizaciones», que había tenido precedentes ilustres y numerosos en la cultura alemana, sobre todo con la aparición de nuevos móviles sociológicos y tipológicos en la crisis del pensamiento his- toricista. Aun prescindiendo de las condiciones espirituales de la posguerra en Alemania, la producción de Spengler aparece ya explicada por tal tradición, y singularmente por la «fisiognómica de los tiempos históricos», cuya creación atribuyó también a Nietzsche. Sobre esta base trabajó a partir de 1912 y durante la primera Guerra Mundial en su obra La decadencia de Occidente (v.); vivía entonces pobremente en Munich, donde se vio con dificultades para subsistir y careció de toda comodidad, y aun de textos de consulta.
En 1918 apareció el primer tomo, Forma y realidad [Gestalt und Wirklichkeit], en el que la historia se halla reducida a un conjunto de meras clasificaciones tipológicas y sucesiones de formas dentro de un ciclo definido, como todo ente orgánico. El segundo, Panoramas de historia universal [Welthistoriche Perspektiven, 1922], demuestra con ejemplos esta teoría organicista de las civilizaciones, con sus paralelismos que abarcan desde el nacimiento hasta la senectud y la disolución, y presenta al final las conocidas profecías sobre la desaparición de la cultura occidental, decadente y amenazada por una nueva «civilización de color», asiático-mongólica. La amplia difusión de esta obra, que llegó a estar de moda a pesar de la oposición casi universal que provocó, o quizá precisamente a causa de ella, mejoró notablemente la situación del autor. Éste, además de teórico de la nueva disciplina (trabajó, en efecto, con otros en el Forschungs Institut der Kulturmorpho- logie), pretendió ser profeta político; y así, al manifestarse todavía mejor sus opiniones, íntimamente vinculadas a su filosofía de la historia, la personalidad de Spengler resultó más característica. Gustó designarse hombre «faustiano», autoconsciente y entregado al culto de la vida y la actividad, que profesó con ostentación; sin embargo, en realidad llevaba «todavía en el cuerpo al doctor».
Aun cuando no prusiano de origen, pero sí por apariencia y elección, el pequeño burgués sintióse en posesión del espíritu y la categoría de un «Junker», y en sus textos políticos, Prusianismo y socialismo [Preus- sentum und Sozialismus, 1920], Deberes políticos de la juventud alemana [Politische Pflichten der deutschen Jugend, 1924], Reconstitución del Imperio alemán [Neubau des deutschen ReicheS, 1924] y otros publicados en Politische Schritften (1933), predicó el estilo de vida propio del militarismo prusiano, por él denominado, con su típica confusión, «espíritu prusiano-socialista», y defendió la «Führung» imperialista del individuo y de una minoría racial provista de las virtudes del «servicio», la libre subordinación y la autodisciplina ciegamente fiel. Luchó, en efecto, contra la revolución de 1918; pero se opuso también a la república de Weimar, al sistema parlamentario, a la democracia y a la época de las masas. Cuando, como filósofo, trató de hallar los fundamentos seguros de la vida, compuso El hombre y la técnica.
Contribución a una filosofía de la vida (1931, v.), en la que, contra la «Zivilisation» mecánica, ensalzó la «Kultur» del ser humano considerado el más bello de los animales de presa, sujeto de destino e «inteligencia activa» inventora, y anunció la aparición de los nuevos «hombres de la realidad», «vikingos de la sangre». La producción de Spengler fue ávidamente leída por los jóvenes, quienes en su última obra, Años decisivos [Jahre der Entschei- dung: I, Deutschland und die weltges– chichtliche Entwicklung, 1933], lo mismo que en las colecciones póstumas Reden und Aufsatze (1937) y Gedanken (1941), vieron la guerra llevada a condición natural del género humano, «Urpolitik» de los seres vivos, y ello aun cuando el pesimismo y la conciencia trágica del autor, acentuados con las últimas experiencias de la vida, identificasen el «heroísmo nórdico» no con un cínico imperialismo, sino con la «conciencia de la muerte» y el «fin honroso» frente a una nueva barbarie. La intuición de lo profundo y el «discernimiento fisiológico» se habían convertido en fatalista admisión del «destino»: nueva potencia de la historia habría dicho su Nietzsche, a quien Spengler hubiera respondido, en adelante, como a cualquier fuerza, «con una actitud de chino».
Ésta le fue ahorrada. Bien considerado al principio por el régimen nacionalsocialista, aL, que gustaron la mística del «Führerprinzip» y el ideal prusiano, perdió pronto, empero, el favor del mismo, por cuanto juzgaba a la raza como mero instrumento del «destino» y veía en la política de la «comunidad popular» una despreciable «tendencia de masa». Ofendido y hastiado por la «purga» sangrienta de 1934, vivió en medio del terror; a su muerte, provocada por un ataque cardíaco, parecía haberse aproximado al cristianismo.
E. Lépore