Nació en 1613 en Montmirail y murió en París en 1679. Destinado a la carrera eclesiástica para mantener vinculada a la familia la sede arzobispal parisiense, manifestóse, en cambio, durante su juventud, inclinado a los placeres; reveló, por encima de todo, una violenta ambición, que llegaría a ser la razón principal de su existencia. Todavía muy joven escribió una Conjuración de Fiesco (v.), en la que llevaba sus tendencias ideales al campo de la rebelión y la conspiración. Coadjutor del arzobispo de París a partir de 1643, participó activamente en las intrigas de la Fronda, y así, en 1652, obtuvo el capelo cardenalicio. Supo ganarse y cultivar hábilmente una gran popularidad, y ejerció una influencia, notable sobre el duque de Orleáns y el Parlamento parisiense. En el «teatro» del mundo aparece actor y no espectador; de ello tiene Retz plena conciencia.
De esta suerte, declara haber querido «cumplir con todos los deberes» de su ministerio, incluso «haciendo el mal» conscientemente; asume, por lo tanto, una máscara y una actitud que le permiten ocultar su verdadera faz. En la acción, su carácter ambicioso no le induce a concebir planes lógicos; su actuación no tiende deliberadamente a un fin determinado, pero una poderosa intuición le impulsa hacia las cosas posibles y concretas. Al final del periodo de la Frondá fue detenido; logró huir y se refugió primeramente en España y luego en Italia, donde siguió urdiendo sus intrigas destinadas a la conservación del arzobispado de París (en el cual había sucedido a su tío, muerto mientras tanto), que juzgaba preciosa plataforma política. Finalmente, empero, hubo de inclinarse ante las circunstancias, abandonar esta esperanza y ceder la sede arzobispal a cambio de pingües beneficios eclesiásticos.
Pudo entonces regresar ¡a Francia, y pasó la última parte de su existencia en un decoroso retiro («alejóse del mundo, que se alejaba de él»). Durante estos años redactó sus célebres Memorias (v.), que aparecerían póstumas; gracias a ellas poseemos un incomparable retrato de su autor, quien, siquiera disfrace algunas veces los hechos, no muestra indulgencia alguna respecto de sus errores. El texto en cuestión manifiesta la persistente fidelidad de Retz a su naturaleza, y es un relato de la vida del autor tan ardoroso como el ímpetu que le animara a vivirla.
A. Pizzorusso