(Šams al-Dīn Muḥammad). Poeta lírico persa, que n. en fecha ignorada en Shirāz (Fars), donde murió en 1390. Con el apelativo « ḥāfiẓ » se designa a quienes conocen de memoria el Corán. Escasas e inciertas las fuentes antiguas respecto de las biografías de los escritores persas, incluso de los más importantes — como, por ejemplo, el mismo Ḥāfiẓ —, no es mucho lo que acerca de su vida conocemos. Se sabe que realizó estudios superiores (teología, lengua árabe y comentarios al Corán) y que tuvo esposa e hijos. Vivió en Shirāz, de donde no parece haberse alejado por largo tiempo.
Nada hay cierto en cuanto a su posición social; probablemente no ocuparía cargos de importancia: debió de ser un simple religioso, quizá perteneciente a alguna orden de derviches. Callan las fuentes cualquier dato referente a su vida sentimental, y ni tan sólo el Diwān (v.), donde tanto se habla de amor, aclara nada acerca de las pasiones del poeta. Ello se debe a la circunstancia de que el sentimiento cantado por Ḥāfiẓ, como el celebrado por los otros líricos persas, es más bien abstracto y convencional: se trata, en efecto, del amor tal como era concebido por el misticismo islámico (sufismo), o sea íntimamente vinculado a la manera neo- platónica a la idea de la Belleza Divina. En el binomio «belleza-amor», el sentimiento amoroso hacia un ser humano se confunde con el profesado a Dios, por la identidad del objeto, que es lo bello, único en realidad, puesto que, efectivamente, la belleza terrena es considerada mero reflejo fenoménico de la celestial, la sola que existe por sí misma.
En tal concepción, el objeto del amor no llevaba impreso el sello de la individualidad, por cuanto se convertía en símbolo de lo amado, uno para todos. Inútil, pues, resulta buscar el individuo a quien iban destinados los versos de Ḥāfiẓ. Dado que no existe en el poeta persa una distinción sexual, no podríamos ni tan sólo afirmar si la persona amada era hombre o mujer si no supiéramos que el ideal del amor sáfico era el bello efebo; imposible, en cambio, resulta saber si la pasión de Ḥāfiẓ permaneció en los límites de una idealización y se mantuvo fiel a la castidad concretamente reclamada por las teorías del sufismo o si, por el contrario, el poeta practicó en sus crudas manifestaciones el amor homosexual (cosa muy difundida en aquellos tiempos y que no provocaba, como hoy, un sentimiento de repugnancia). Los estudios más recientes sobre el Diwān, debidos al francés Lescot y al persa Qasim Ghani, han encontrado en la lírica de nuestro autor motivos cortesanos mucho más numerosos de lo que anteriormente pudiera haberse creído.
Esta circunstancia permite inferir varios datos autobiográficos que, si bien escasamente interesantes para la interpretación estética debido a su carácter meramente extrínseco, aportan, en cambio, una contribución notable a la crítica filológica e histórico-cultural y ayudan sobre todo a establecer la cronología de las distintas composiciones. Sea como fuere, cabe deducir gracias a ellos un conjunto de personajes más o menos ilustres a quienes Ḥāfiẓ dedicó versos, en los cuales manifestó a veces sus propios sentimientos y deseos respecto de tales individuos. El más célebre de estos coetáneos del poeta es Ta- merlán, a cuya presencia, de acuerdo con una antigua fuente, debió de comparecer el literato en cierta ocasión. Se ha hecho famoso el coloquio, en apariencia legendario, pero no inverosímil, que pudo tener lugar entre ambos. Escuchados los lamentos de Ḥāfiẓ por el intolerable agobio de los impuestos, él gran conquistador recordóle el dístico «Si el turco de Shirāz (los turcos eran considerados prototipos de belleza juvenil) me robara el corazón, por su lunar (negro como un indio) daría Samarcanda y Bukhara», y observó jocosamente que quien podía permitirse tal prodigalidad no debía de ser ciertamente pobre; a ello replicó el poeta diciendo que precisamente por su irreflexión hallábase reducido a la indigencia.
De esta suerte, gracias a la prontitud de su respuesta, logró quedar exento de las obligaciones fiscales. Tal anécdota resulta aún más significativa si se la considera, como es muy probable que en realidad sea, alusión velada a la preferencia del poeta respecto al favor del señor Muzaffari de Shirāz y en menoscabo de su interés por el soberano de Samarcanda y Bulkhara, o sea Tamerlán. En este caso tendríamos un claro ejemplo de un procedimiento propio de Ḥāfiẓ, quien acostumbraba disimular los elogios bajo el velo del amor. Gran dificultad para el crítico supone juzgar desde el punto de vista estético el valor de los versos de nuestro autor, que van de un simbolismo filosófico particular, inspirado en el criterio del sufismo que invita a buscar en lo creado las huellas del Creador, a otro sólo formal, de carácter meramente galante o incluso encomiástico. Lo que importa aquí poner de relieve es la nota personal de alegre optimismo, y según parece no alterada por los acontecimientos a menudo tristes y dramáticos que vivió el poeta, propia de la obra del ruiseñor de Shiráz, que resulta en su conjunto un himno al amor, al vino y a la irreflexión.
Ḥāfiẓ fue sepultado junto a la tumba de Sa’diá, en dicha ciudad, célebre por sus legendarias rosas y por los dos poetas que tanto las cantaron. En Oriente y en Occidente la fortuna de Ḥāfiẓ ha sido inmensa; considerable resulta, particularmente, su influencia en la lírica otomana. Testimonios de su fama en Europa, y sobre todo en Alemania, son el Diván occidental-oriental (v.), de Goethe; el Cancionero de Mirza Schaffy (v.), de Bodenstédt, y las Gacelas (v.) de Rückert y Platen.
A. Bómbaci